"—¿Qué si conocí todo? ¡Ja! Claramente lo hize, conocía hasta al pobre
muchacho alcoholico que pasaba todos los días por la calle principal; muchas veces intenté disuadirlo de algún modo para
que dejara la bebida, pero era inútil.—"
Cara fuerte iba saliendo del café justo a la hora en la que solía llevar a Eliza a su casa, sólo que ella ya no estaba, solamente su memoria quedaba, solamente eso. Tomó la dirección hacia su casa y apretó el paso. Caminando hacia la dirección opuesta iba Braulio, con un mezcal vacío en mano y con un paso algo inconstante típico de un borracho, ninguno de los dos cruzó miradas, era como si no se pudieran ver, pero ahí estaban.
Braulio cruzó por la puerta de madera de un bar. En su completa soledad se sentó junto a una mesa, parecía como si fuera a desmoranarse de un momento a otro pero él ignoraba completamente su entorno, ya no le importaba nada ya que él estaba a punto de caerse en mil pedazos al igual que la mesa de madera pero, le dio igual y pidió más mezcal, otra botella para ser exacto.
Al primer caballito nada sucedió. Su mundo seguía siendo la misma porquería de la que quería escapar, sólo daba vueltas ¡Sólo eso!.
Al segundo trago las mujeres ahí presentes se volvieron cómo si todas hubieran sido paridas de un mismo vientre; uno divino, perfecto, excelso y dislumbrante.
Al tercer trago todas empezaron a parecerse todavía más y ¡más! eran clones, como la oveja dolly y polly.
Al cuarto trago le supo agridulce pero, lo disfrutó tanto, hizo gárgaras con el sabor, lo mantuvo, lo amaba; era lejos lo único que le quedaba de la vida pasada con la que solía soñar y disfrutar.
Al quinto trago el mezcal se volvió en un vino que se añejaba a cada trago.
Ahora se encontraba en el Café de Don Pedro, estaba vacío como si algo estuviera sucediendo allá afuera, ignoró todo por completo y siguió esperando pacientemente. En la mesa en la que estaba sentado tenía en el centro un bello decorado, él lo había hecho, había tallado piedras en forma de corazón, había ya soñado con ellas. La persona que esperaba nunca llegó.
Estaba en el bar otra vez, el mezcal perdía cada vez más su color cristalino y el sabor agridulce que le causaba a Braulio; se volvía amargo y seco. Le dió dos tragos más, esta vez directamente de la botella.
Seguía agarrando las piedras talladas del centro de la mesa, eran muy lisas y placenteras al momento de acariciarlas, finalmente la persona que estaba esperando llegó pero, un velo negro cubría su cara, no era un velo negro físico sino uno como una mancha negra que no dejaba ver nada.
—¡Ahhh!...¿Por qué Dios mio?— Exclamó Braulio decepcionado y se bebió el resto de la botella de un solo trago. Un sabor amargo invadió todo su ser y recorrió sus venas en unos cuantos instantes.
Corazones de piedra.
En el café de Don Pedro estaba esperando Braulio, era un día de verano y la mayoría de personas que vivían en el pueblo habían tomado un autobus hacía la ciudad. La oscuridad de la tarde y las luces tenues de las velas hacían una atmosfera melancólica solitaria, y romántica de parejas. No había nadie salvo algunos jóvenes desamparados oyendo a la música que venía del estéreo. Braulio había conocido a una niña hermosa, se llamaba Daniela y no la había visto nunca antes; curiosamente se encontraron cuando Braulio en el campo veía a las nubes cómo entretenimiento. Se dedicaba él a tallar figurillas de madera y mirar a las nubes todas las tardes en ese lugar que estaba en las faldas de la montaña y ese día se encontró a Daniela y él inmediatamente la saludó.
—Hola... nunca te había visto antes.
—Yo nunca te había visto a ti.
—Eh, entonces supongo que no eres de por aquí
—¡Ay! ¡Obvio que no! Mi papi me trajo aquí porque quería que conociera su pueblo natal.
No dejaba de ver a un objeto rectangular que llevaba en las manos, lo miraba intermitentemente; la tenía poseída, no podría pensar sin que el pensamiento estuviera relacionado con su pequeño objeto.
—¡Ash! ¿Puedes Creerlo? ¡Esta cosa no tiene señal! y luego me marca 20% de batería—
Miró a su alrededor y no se veía ni un poste de luz, nada que puediera indicar vida humana.
—Hola... nunca te había visto antes.
—Yo nunca te había visto a ti.
—Eh, entonces supongo que no eres de por aquí
—¡Ay! ¡Obvio que no! Mi papi me trajo aquí porque quería que conociera su pueblo natal.
No dejaba de ver a un objeto rectangular que llevaba en las manos, lo miraba intermitentemente; la tenía poseída, no podría pensar sin que el pensamiento estuviera relacionado con su pequeño objeto.
—¡Ash! ¿Puedes Creerlo? ¡Esta cosa no tiene señal! y luego me marca 20% de batería—
Miró a su alrededor y no se veía ni un poste de luz, nada que puediera indicar vida humana.
—Creo que nisiquiera al pueblo llega la señal
—Es que este lugar está alejado de la civilización, no hay nada de nada.—
Le encantaba esa sensación que le causaba, era como la novedad, un olor a juguete nuevo, mezclado con sensaciones sinestésicas en el estómago, que confundía con la sensación de adentrarse a un lugar oscuro pero que no tiene peligro alguno, que te metes corriendo sabiendo que no hay nada enfrente contra el cual chocar ni nada en el suelo con el cual tropezar era adentrarse completamente a una vida nueva. Su corazón palpitaba rápidamente y actuó el resto de la compañía de Daniela sin pensar en lo que hacía, se adentraba a lo nuevo.
—Hey, toma, te lo regalo— Extendió el brazo y le entregó el oso de madera que acababa de tallar y continuó:—Sí hay cosas interesantes en el pueblo, hay varios lugares en el pueblo pero, empezaré enseñándote el lugar al que vamos todos los jóvenes del pueblo.—
Le escribió la dirección en un pedazo de madera. Miró a Braulio a los ojos y le sonrió.
—Claro pueblerino, iria contigo a donde sea, me pareces algo interesante y además no hay nada que hacer aquí
—Bueno, yo estaré aquí hasta el anochecer. Digo si me necesitas.
—Okay pueblerino, te buscaré si algo necesito, pero ahora sólo necesito señal así que hasta mañana.
—Hasta mañana.
Su silueta se perdía entre la oscuridad del ocaso mientras alzaba su celular para ver si obtenía señal alguna, pero su celular se apagó. Azotó los pies contra el suelo en señal de ira y apretó el paso para volver a casa.
Algo le gustaba en ella, algo que no podría ver pero sentía en sus palpitaciones, no sabía que era, tenía que descubrirlo.
Le escribió la dirección en un pedazo de madera. Miró a Braulio a los ojos y le sonrió.
—Claro pueblerino, iria contigo a donde sea, me pareces algo interesante y además no hay nada que hacer aquí
—Bueno, yo estaré aquí hasta el anochecer. Digo si me necesitas.
—Okay pueblerino, te buscaré si algo necesito, pero ahora sólo necesito señal así que hasta mañana.
—Hasta mañana.
Su silueta se perdía entre la oscuridad del ocaso mientras alzaba su celular para ver si obtenía señal alguna, pero su celular se apagó. Azotó los pies contra el suelo en señal de ira y apretó el paso para volver a casa.
Algo le gustaba en ella, algo que no podría ver pero sentía en sus palpitaciones, no sabía que era, tenía que descubrirlo.
En el café de Don Pedro estaba esperando Braulio, era un día de verano y
la mayoría de personas que vivían en el pueblo habían tomado un autobus
hacía la ciudad. La oscuridad de la tarde y las luces tenues de las
velas hacían una atmosfera melancólica solitaria, y romántica de
parejas. No había nadie salvo algunos jóvenes desamparados oyendo a la
música que venía del estéreo. Había una decoración que consistía en piedras talladas en forma de corazón dentro de una maceta que contenía un árbol enano. Las piedras contenían escrito en el centro el nombre de "Daniela".
Llegó una muchacha de cabellos chinos vestida con pantalón de mezclilla y una blusa escotada, con el escote tapado por una playera. A Braulio le pareció muy interesante la forma de vestir de ella, era igualmente que todo lo que sentía sobre ella; nuevo e inexplicable, lejano e inalcanzable. Era todo un nuevo contraste de sentimientos. Él le propuso un paseo por las zonas naturales más interesantes del pueblo. Ella aceptó, el día siguiente comenzarían con la trayectoría que les tomaría dos días más o menos. Era un ruta que consistía en subir encaminando por el riachuelo hasta la cima de la montaña, armar un campamento arriba y lanzarse hasta el lago que alimentaba la cascada. Así chocaron copas llenas de café, brindando por el comienzo de algo nuevo y la nueva aventura del día de mañana. Todo olía como si estuviera plastificado, protegido con fibras sintéticas. Las bocas de ambos jóvenes sonreían, hablaban y tomaban la amarga bebida mezclada que se volvía dulce por el contenido agregado. Las bocas no paraban de hablar y al final de la noche... el silencio reinó, y las miradas entre ellos crecieron abruptamente, miradas directas que se transformaban en furtivas, esas miradas se unieron para despedirse y volverse a ver hasta mañana.
Al día siguiente se encontraron en el lugar, donde los dos se conocieron accidentalmente, esta vez la cosa era intencional y directa, sin coincidencias, sin destinos era parte de su libre voluntad humana. Con mochilas en mano se adentraron a lo que eran los árboles que rodeaban el riachuelo, eran una espesa cantidad y tenía un buen ancho el complejo de árboles, tanto que no dejaban ver nada por delante hasta estar unos metros cerca del río. Caminaron veinte minutos aproximadamente hasta llegar justo donde estaba el riachuelo, el agua se oía correr suavemente, el agua reflejaba todo claramente. Braulio metió las manos al agua y bebió un sorbo de agua cristalina y natural; esperó a que el agua que había revuelto se tranquilizara y se miró la cara. Una cara deformada por las ondas restantes apareció reflejada en el agua, las ondas pararon y el reflejo de Braulio era lo mismo, una cara deformada, irreconocible a su propia vista, ipso facto empezó a preguntarse ¿Esa abominación soy yo? ¿Qué me ha pasado?
—¡No puede ser! ¡No Puede ser!
Las palabras se le habían escapado de la mente y había gritado con todos sus ánimos.
—¿Que pasa pueblerino?
Preguntó Daniela preocupada.
—Amm... no es nada sólo es que... he olvidado algo que me da suerte.
—Tranquilo, estoy segura que no necesitas nada de eso.
Guiñó el ojo y lo jaló del brazo alejándolo del borde del riachuelo y con esto; alejándolo de sus pesadillas más profundas. Siguieron caminando, platicando de lo que habían hecho durante las vacaciones, durante la escuela, y las cosas que tenían y tomaban como pasatiempo.
"Las gotas de lluvia caían a cántaros —¿Dime dime, estás libre esta noche?— Se tapaba de la lluvia con los brazos sobre la cabeza... Continuó... —Déjame sacarte esta noche a bailar, te la pasarás bien, te lo prometo.— Alzó la mano como si estuviera jurando algo."
Siguieron caminando, y caminando... se paraban a ratos a descansar y seguían platicando, comenzaban a abrazarse, los besitos en la mejilla se hacían ahora presentes, luego llegaron los besos en la boca, los besos de lengua, los chupetones.
"Atravesaron un callejón oscuro y subió por escaleras y barandilla de metal sórdido"
Como puestos a una llama, las cosas aumentaban con el tiempo que transcurría, a cada paso, a cada segundo el rubor aumentaba junto con el calor de las cosas, la sangre que retenían en sus cuerpos cada vez se les subía más y los corazones palpitaban al mismo tiempo, al mismo ritmo. Llegaron hasta la cima de la montaña con un mismo paso, como una escolta, a tambor de sus corazones, como orquesta a batuta, sus pasos parejos y sus corazones descubiertos, pero cabezas plomadas, sus cabezas plomadas e inpenetrables.
"El cuarto oscuro de paredes con aplanado destruido dejaban ver los ladrillos de adobe, dejaban ver la pobreza a la que recurría"
Hicieron fogata bajo las estrellas y ahí todo se apaciguó, sintieron que tocaban el cielo que eran los únicos en el mundo, alejados de la sociedad alejados de todo, durmieron bajo las estrellas aferrado el uno al otro.
Al despertar, estaban entramados el uno con el otro, corazones palpitando al unísono, saliva caliente del opuesto tragada y ahora circulando por la sangre, calor compartido, los labios de la pareja chasqueaban, las dos braguetas del pantalón chocaban al ritmo de sus palpitaciones, comenzó a surgir sudor de las sienes de Daniela, ella empezó a desabotonarle la camisa.
Poco a poco, botón a botón, la bestia que tenía adentro empezaba a salir, empezaba a correr por sus venas, envenenándolas conviertendo cada espacio de sus venas, del blanco caucasoide a un rojo ligero, tal vez un rosa. Seguía desabrochando todo, él hacía lo mismo, las bocas no dejaban de chasquear, luego de unos segundos los dos estaban desnudos.
"—¿Ya lo has hecho antes?
"—Usté lo sabe, no tiene porque preguntar
Los golpes de entrepierna seguían el constante ritmo de los latidos. "—¡Ay! ¡Virgencita! ¡Que sabroso! los golpes secos resonaban por todo el cuarto" —Sí, ya lo he hecho antes amor, mi precioso pueblerino— Arqueó la espalda y empezó a moverse más rápido —¡Oh sí! Eso es todo, es todo lo que necesito— Ahora se apoyó sobre su pecho y empezó a oir sus latidos —Quiero que lo hagamos así de rápido— Dijo: —¡Quiero que lo hagamos ahora!— La colocó de modo que sólo podía ver su cabellera y sus espaldas "—¡Condenadote! Don Braulio es usté un potro, como los de los jaripeos, así de salvaje. No le conocía a usté esa parte—" La parte del clímax, la parte más rápida, se sentía como epilepsia estaba incontrolable ya no era él; era adentrarse a lo nuevo, empezaron a dar vueltas juntos, se revolcaron por todo el largo del lugar, no veía una pared contra la cual chocar, la entrepierna de Daniela estaba mojada y empezaba a mojarse más y más. Derrepente sintieron que no había gravedad, las espaldas al aire, las entrepiernas, las nalgas todo sin rumbo. Pararon y sólo se besaban, el rocío del agua proviniente de la cascada se sentía por las piernas, todo lleno de fluidos, un estrépito húmedo se oyó, agua por...
En el café de Don Pedro estaba esperando... los objetos verdes, las ranas, las el misterio.
En el café De... En el bar el añejo sabor que se alejaba por mucho del sabor normal del mezcal
En el café todo empezó a dar vueltas sin ton ni son. En el bar, se revivía el olor de...
En el café de Don Pedro estaba esperando Braulio, era un día de verano y la mayoría de personas que vivían en el pueblo habían tomado un autobus hacía la ciudad. La oscuridad de la tarde y las luces tenues de las velas hacían una atmosfera melancólica solitaria, y romántica de parejas. No había nadie salvo algunos jóvenes desamparados oyendo a la música que venía del estéreo, todo empezó a dar vueltas, todo desapareció, todo estaba borroso y oscuro en el cuarto. La lluvia sonaba, las ranas empezaron a salir y a croar, estaba postrado sobre su cama y a su lado una señora morena jadeaba.
Llegó una muchacha de cabellos chinos vestida con pantalón de mezclilla y una blusa escotada, con el escote tapado por una playera. A Braulio le pareció muy interesante la forma de vestir de ella, era igualmente que todo lo que sentía sobre ella; nuevo e inexplicable, lejano e inalcanzable. Era todo un nuevo contraste de sentimientos. Él le propuso un paseo por las zonas naturales más interesantes del pueblo. Ella aceptó, el día siguiente comenzarían con la trayectoría que les tomaría dos días más o menos. Era un ruta que consistía en subir encaminando por el riachuelo hasta la cima de la montaña, armar un campamento arriba y lanzarse hasta el lago que alimentaba la cascada. Así chocaron copas llenas de café, brindando por el comienzo de algo nuevo y la nueva aventura del día de mañana. Todo olía como si estuviera plastificado, protegido con fibras sintéticas. Las bocas de ambos jóvenes sonreían, hablaban y tomaban la amarga bebida mezclada que se volvía dulce por el contenido agregado. Las bocas no paraban de hablar y al final de la noche... el silencio reinó, y las miradas entre ellos crecieron abruptamente, miradas directas que se transformaban en furtivas, esas miradas se unieron para despedirse y volverse a ver hasta mañana.
Al día siguiente se encontraron en el lugar, donde los dos se conocieron accidentalmente, esta vez la cosa era intencional y directa, sin coincidencias, sin destinos era parte de su libre voluntad humana. Con mochilas en mano se adentraron a lo que eran los árboles que rodeaban el riachuelo, eran una espesa cantidad y tenía un buen ancho el complejo de árboles, tanto que no dejaban ver nada por delante hasta estar unos metros cerca del río. Caminaron veinte minutos aproximadamente hasta llegar justo donde estaba el riachuelo, el agua se oía correr suavemente, el agua reflejaba todo claramente. Braulio metió las manos al agua y bebió un sorbo de agua cristalina y natural; esperó a que el agua que había revuelto se tranquilizara y se miró la cara. Una cara deformada por las ondas restantes apareció reflejada en el agua, las ondas pararon y el reflejo de Braulio era lo mismo, una cara deformada, irreconocible a su propia vista, ipso facto empezó a preguntarse ¿Esa abominación soy yo? ¿Qué me ha pasado?
—¡No puede ser! ¡No Puede ser!
Las palabras se le habían escapado de la mente y había gritado con todos sus ánimos.
—¿Que pasa pueblerino?
Preguntó Daniela preocupada.
—Amm... no es nada sólo es que... he olvidado algo que me da suerte.
—Tranquilo, estoy segura que no necesitas nada de eso.
Guiñó el ojo y lo jaló del brazo alejándolo del borde del riachuelo y con esto; alejándolo de sus pesadillas más profundas. Siguieron caminando, platicando de lo que habían hecho durante las vacaciones, durante la escuela, y las cosas que tenían y tomaban como pasatiempo.
"Las gotas de lluvia caían a cántaros —¿Dime dime, estás libre esta noche?— Se tapaba de la lluvia con los brazos sobre la cabeza... Continuó... —Déjame sacarte esta noche a bailar, te la pasarás bien, te lo prometo.— Alzó la mano como si estuviera jurando algo."
Siguieron caminando, y caminando... se paraban a ratos a descansar y seguían platicando, comenzaban a abrazarse, los besitos en la mejilla se hacían ahora presentes, luego llegaron los besos en la boca, los besos de lengua, los chupetones.
"Atravesaron un callejón oscuro y subió por escaleras y barandilla de metal sórdido"
Como puestos a una llama, las cosas aumentaban con el tiempo que transcurría, a cada paso, a cada segundo el rubor aumentaba junto con el calor de las cosas, la sangre que retenían en sus cuerpos cada vez se les subía más y los corazones palpitaban al mismo tiempo, al mismo ritmo. Llegaron hasta la cima de la montaña con un mismo paso, como una escolta, a tambor de sus corazones, como orquesta a batuta, sus pasos parejos y sus corazones descubiertos, pero cabezas plomadas, sus cabezas plomadas e inpenetrables.
"El cuarto oscuro de paredes con aplanado destruido dejaban ver los ladrillos de adobe, dejaban ver la pobreza a la que recurría"
Hicieron fogata bajo las estrellas y ahí todo se apaciguó, sintieron que tocaban el cielo que eran los únicos en el mundo, alejados de la sociedad alejados de todo, durmieron bajo las estrellas aferrado el uno al otro.
Al despertar, estaban entramados el uno con el otro, corazones palpitando al unísono, saliva caliente del opuesto tragada y ahora circulando por la sangre, calor compartido, los labios de la pareja chasqueaban, las dos braguetas del pantalón chocaban al ritmo de sus palpitaciones, comenzó a surgir sudor de las sienes de Daniela, ella empezó a desabotonarle la camisa.
Poco a poco, botón a botón, la bestia que tenía adentro empezaba a salir, empezaba a correr por sus venas, envenenándolas conviertendo cada espacio de sus venas, del blanco caucasoide a un rojo ligero, tal vez un rosa. Seguía desabrochando todo, él hacía lo mismo, las bocas no dejaban de chasquear, luego de unos segundos los dos estaban desnudos.
"—¿Ya lo has hecho antes?
"—Usté lo sabe, no tiene porque preguntar
Los golpes de entrepierna seguían el constante ritmo de los latidos. "—¡Ay! ¡Virgencita! ¡Que sabroso! los golpes secos resonaban por todo el cuarto" —Sí, ya lo he hecho antes amor, mi precioso pueblerino— Arqueó la espalda y empezó a moverse más rápido —¡Oh sí! Eso es todo, es todo lo que necesito— Ahora se apoyó sobre su pecho y empezó a oir sus latidos —Quiero que lo hagamos así de rápido— Dijo: —¡Quiero que lo hagamos ahora!— La colocó de modo que sólo podía ver su cabellera y sus espaldas "—¡Condenadote! Don Braulio es usté un potro, como los de los jaripeos, así de salvaje. No le conocía a usté esa parte—" La parte del clímax, la parte más rápida, se sentía como epilepsia estaba incontrolable ya no era él; era adentrarse a lo nuevo, empezaron a dar vueltas juntos, se revolcaron por todo el largo del lugar, no veía una pared contra la cual chocar, la entrepierna de Daniela estaba mojada y empezaba a mojarse más y más. Derrepente sintieron que no había gravedad, las espaldas al aire, las entrepiernas, las nalgas todo sin rumbo. Pararon y sólo se besaban, el rocío del agua proviniente de la cascada se sentía por las piernas, todo lleno de fluidos, un estrépito húmedo se oyó, agua por...
En el café de Don Pedro estaba esperando... los objetos verdes, las ranas, las el misterio.
En el café De... En el bar el añejo sabor que se alejaba por mucho del sabor normal del mezcal
En el café todo empezó a dar vueltas sin ton ni son. En el bar, se revivía el olor de...
En el café de Don Pedro estaba esperando Braulio, era un día de verano y la mayoría de personas que vivían en el pueblo habían tomado un autobus hacía la ciudad. La oscuridad de la tarde y las luces tenues de las velas hacían una atmosfera melancólica solitaria, y romántica de parejas. No había nadie salvo algunos jóvenes desamparados oyendo a la música que venía del estéreo, todo empezó a dar vueltas, todo desapareció, todo estaba borroso y oscuro en el cuarto. La lluvia sonaba, las ranas empezaron a salir y a croar, estaba postrado sobre su cama y a su lado una señora morena jadeaba.
—Sabe usted... ya no me debe nada, lo ha hecho muy bien.
Se dio cuenta que no era su cama. Se dio cuenta de su soledad. Se dio cuenta de su melancolía.
Se dio cuenta que no era su cama. Se dio cuenta de su soledad. Se dio cuenta de su melancolía.