viernes, 9 de noviembre de 2012

Mi Campo florido

Todos los días me dirigía a algo que no era más que el sufrimiento de mi ser, aunque este era también mi escapatoria de la vida normal. Por periodos dilatados de tiempo, me sentaba sobre el césped del campo florido que no hacía a más de veinte minutos de mi pueblo; un paisaje hermoso y acendrado que causaba un sentido enervante del ser mismo, calmaba los más vehementes ánimos y contactaba con las partes más insólitas de tu propio ente.
Me encantaba visitar al campo y oir a las abejas zumbar de lado a lado, aún cuando por mi fisiología salía displecente el hecho de encontrarme ahí debido a mis alergias. No sabía si llegaba a amar o a odiar aquel paísaje, era una paradoja que me ponía a reflexionar hasta los más íntimo de mi ser ¿Amaba a ese lugar realmente o era acaso una ilusión de la misma sensación enervante y estupefaciente?

Un día de los muchos que me encontraba postrado sobre el campo, una de las rosas me habló. Su pletórica hermosura me llamó la atención; aunque esta sólo hacía sonidos ilegibles yo pude entender completo su mensaje, era esta una flor de la reflexión máxima, de los sueños largos, de la hermosura espiritual, esta me llevaría esta a entender el por qué me encontraba en ese campo después de que me afectaba directamente a la salud. Esta flor me haría caer en un gran sueño luego de haberme lastimado con una de sus espinas.

Y así fue, me hizo una insición en uno de los dedos de la mano derecha, inmediamente una luminaria surgió de la herida y se extendió a lo largo de mi cuerpo, caí lacónicamente en un profundo sueño.

Desperté cubierto de nieve, mi aterido cuerpo apenas si podía moverse, estaba en medio del campo florido, sólo que todas las flores se encontraban marchitas, era un níveo desierto, que mostraba nula vida, era vida pero dormida, una hermosura que necesitaba imperiosa una luz solar, una breve cánicula para explotar otra vez en primavera y éxtasis. Junté mis casi congeladas manos y las puse sobre mi boca, el frío era intenso así que suspiré sobre estas y de mis labios salieron destellos de luz, además, debajo de mi había desaparecido la nieve y se empezaba a ver el verde pasto que mientras más calor producía yo con mi respiración se extendía más y más, hasta que detrás de las montañas circundantes apareció el sol, que aumentaba su luminiscencia cada vez que yo suspiraba, las flores comenzaban a salir en cada suspiro que yo daba, luego de un buen tiempo de suspirar ya había todo tipo de flores de colores y uno que otro conejo y parejas de perros de la pradera correteando y paseando por el campo, de un momento a otro el estéril paisaje se había convertido en uno hostil, lleno de felicidad y colores pero con semblante agresivo contra mi sistema, empecé a enorjecerme, las rosas cobraron vida y se me lanzaron como cuando en una obra de teatro se hace una actuación maravillosa, hasta que me cubrieron de pies a cabeza y todas ellas se alejaron en una explosión y se quedó asiada a mi mejilla una rosa blanca, esperando para ser pintada por cualquier color, se incrustó cada vez más hasta que su tallo sólo fue visible como una marca en la piel de mi mejilla, entonces, está tomó un color verde, yo me ponía cada vez mas rojo, estornudaba sin sentir mejoría alguna, finalmente caí otra vez sobre el pasto ahora repleto de rosas, con mi cabeza hinchada hasta explotar.

Aparecí nuevamente acostado sobre el césped del campo, nada había cambiado, no entendí directamente el significado de lo que aquella planta haya querido decir o tratarme de hacer reflexionar pero ahora no era el caso, me había hecho perder mi tiempo y ahora eran exactamente las 7:45 de la mañana y tenía que ir a recibir la misa de las 8:00; se le hacía tarde y no había tiempo de perder mi espiritualidad, eché una carrera sobre el sendero que conducía hacía mi pueblo natal. Al llegar a mi pueblo, que era este un pequeño parque empedrado con una iglesia en el centro, del lado opuesto el ayuntamiento que era un edificio de 3 pisos color crema con balcones y ventantas por todas partes y como es típico, entre los 2 edificios había un pequeño solar arbolado con una fuente y un kiosko en el centro. 
Me dirigí adentro de la iglesia y el sermón de ese día eran claramente, las cortesanas; había de estas por todas partes y con todo tipo de vestidos sensuales y lencería, corsettes y ombligueras. Como definitiva, este era por supuesto un acto de Dios mismo, y me llevé a una de ellas, más bien dicho a varias a la capilla interior donde rezaban los vicarios que residían en el pueblo, era tanto la atracción que estas me causaban que sentía como mi piel quemaba en plácida lujuria y éxtasis con la de ellas, sentía con lentitud los roces más extravagantes, pieles tan suaves como el algodón y de la más peluda de todas ellas su piel se sentía insólita, sus bellos como una excéntrica seda o tal vez uno de los más finos terciopelos y los besos que eran tan finos, hacían parecer que no estaban ahí para tener sexo sin sentimentalismos sino para hacer el más acendrado acto amoroso enfoncándose en las más minucias experiencias. Pues así ellas se encontraban ahí, bailando sobre las alargadas y lánguidas sillas de la capilla y haciendo tubo sobre la cruz que estaba parada frente a todo, ellas pidieron que les quitara la ropa, pero me rehusé inútilmente, finalmente mi propia lujuría me llevó a quitarles la ropa, pero lo hize con tal cuidado y fatua elegancia, como si lo que se encotrara detrás de sus escasos ropajes fuera a atacarme o tuviera mente propia, sin darme cuenta alguna, estaba yo desnudo también. Aquellas amables señoritas fornicaron naturalmente cómo si ya lo hubieran hecho antes sólo que con una extraña puerilidad, pero yo no y para mi sorpresa, todas ellas pintaron en una rosa de sangre oscura y carmesí, su virginidad, la cual empezó a irradiar un nimbo cuya luminaria entró sobre mi cabeza y me hizo caer abatido.

Desperté entonces en mi cama matrimonial junto a una dama que se encontraba ya despierta otro sujeto se encontraba escribiendo una historia en su escritorio dentro del mismo cuarto y cada palabra que escribía en la máquina de escribir, tenía un efecto en mi mente aunque yo no estuviera ahí físicamente, era yo en esa escena un simple retrato. Empezó a escribir rápidamente y todo se empezó a construir ante mis ojos; la luz que entraba por la ventana recorría su esbelta silueta. Entre ella y yo, reinaba el mutismo, ella había dormido hacia un lado y yo hacia otro, así era diariamente, era una dama conocida y al mismo tiempo desconocida del todo, de la cual, las palabras que intercambiabamos eran dulces y escasas pero que me sacaban de la rutina por eso mismo, porque significaban mucho para mi ya que se encontraban al borde de la desaparición tanto las palabras de esta, como las palabras y pensamientos de otras damas interesantes, de hecho como consecuente, estas damas mismas eran escasas, aún cuando su complejidad me lastimara seguía yo ahí, aún cuando parecía obvio que ella fuera atraida por alguien más era este sólo un acto reflejo de no querer perderla. La dama a mi lado era blanca, de una baja estatura, de cabello tupido de chinos, unas mejillas regordetas con un ligero rubor rojo natural, sus labios entre rojizos y rosados con una forma singular, de alguna manera retraídos, daban la impresión de querer besar algo, sus ojos cafés claro tenían singulares manchas en el iris que los hacían unos ojos hermosos, su figura esbelta y con una cintura estrecha daban como objetivo una avalancha de abrazos de mi parte. La abrazé fuerte, no la quería perder, antaño habiamos tenido un fuertes problemas, no quería que ahora occuriera lo mismo, ella me besó y comencé a enrojecerme e hincharme otra vez, una rosa había salido de sus delicados labios y había cortado los mios en pedazos y ahora sangrantes pintaban todas las sabanas de este color, la rosa era mitad roja y mitad verde, empecé a marearme y se me cerraron los ojos y oí como el escritor sacó la hoja de la máquina.

Ahora me encontraba abatido en el mismo campo florido, ya con todas las heridas anteriormente echas, sólo que en lugar de haber montañas habían grandes chimeneas humeantes y edificios cristalinos de alturas sublimes y brillos excelsos que deslumbraban la belleza del campo sobre el que yacía yo, eran tantos de estos edificios que apenas se podía ver el cielo que ahora tenía tonalidades grisáceas y negras. ¡Cuanto había cambiado el mundo! Ya no había espacio para respirar ni pensar, ahora hasta los pensamientos se veían opacados por este mundo grisáceo, el espacio empezó a florecer y dibujó con flores la cara de aquella damicela con la que dormía todas las noches y los edificios de la ciudad, pusieron especial atención en poner publicidad de cosméticos y lencería provocadora con las modelos más candentes de los medios, sin embargo nada era comparado con la belleza que deambulaba en mi campo florido, que era la representación natural de aquella muchacha, ahora me aferraría fuertemente a mis convicciones y dejaría a un lado mis alergias y amaría a ese campo con todo mi ser, aunque como cualquier otra cosa tiene defectos yo me apegaría a este y dejaría de hacer de este modo también lo que a este campo le hace daño.

Me encontraba ahora en un funeral, era un hombre con facciones parecidas a las mias aquel que se encontraba en el féretro, pero no lo reconocía justamente por la cara hinchada, dejé las flores blancas sobre la caja, estaba en un panteón en medio de la ciudad, pero no hize caso, le dí la espalda a toda esta absurda escena, seguí la luz del sol y me dirigí a mi campo florido. Llegué al lugar donde siempre me acostaba y me tiré.
Ese día desperté en mi cama y como era costumbre había afuera de mi casa aquel pueblo aquel vereda y ese campo florido, con rosas rizadas, con flores como labios rosados, que refinaba mis pasiones, que simbolizaba mi amor y que no dejaría por nada.

Pa Ra All guien que es mi campo florido.

Daniel, El Pony Anónimo

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