"—¿Qué si sé algo de Villa Sur? Claro que lo sé, de hecho sobre eso escribí unos cuantos cuentos, unas muchas historias y sobretodo un mar de sentimientos.— Los hombres que me escuchaban exclamaron asombrados y yo continué: —¡Sí! Así fue, dejé media vida ahí, media nalga, medio corazón y casi todas mis palabras. Era verdadermanente un lugar hermoso...—"
Habían muchos cafés en el pueblo de Villa Sur.
Habían muchos cafés en el pueblo de Villa Sur.
Cafés bonitos pero caros, cafés románticos que rompían el bolsillo y un poco más,
cafés baratos pero con sillas apunto de ser descuartizadas, cafés
accesibles que tenían un ambiente hostil.
Esta es la historia de Don
Pedro de Cajigas, a quien le gustaba que le dijeran Don Pedro o Don
Caji, él ciertamente tenía un sueño con los cafés; ese sueño era tener un café accesible y precioso para
jóvenes enamorados.
Lo
hizo, y todos los enamorados acudían al café de Don Caji, era un lugar
hermoso iluminado por velas, rojizo por el color de las rosas que la
habitaban y oscuro... por pura privacidad claro, ya que algunos padres no
permitían que sus hijas salieran con sus anónimos yernos.
Pero
que tantos jóvenes Acudieran al café lo volvía una experiencia poco
especial y poco a poco se volvió simplemente un lugar de ambiente.
Esto
a Don Pedro no le molestó pero se le ocurrió una nueva idea... Tomaría
una cosa que le recordara a los jóvenes más románticos de Villa Sur y
los juntaría en el lugar más privado y romántico de su café, donde sólo
los verdaderos enamorados podían estar.
La pulsera de plantas
El
primer objeto que decidió poner Don Caji como recuerdo en su mesa
privada para los más bellos e inspirantes enamorados fue una pulsera hecha con
plantas...
Se inspiró porque vio a un muchacho, no se acuerda bien de su nombre, pero sabe que lo llaman por un apodo, sabía que a él le llamaban cara fuerte, era un chico con
facciones duras, tenía cabellos negros y cortos, pero sobre todo lo más
llamativo de él, una mirada que parecía que siempre estaba enojado,
pero justamente eso cambió cuando conoció A
Eliza, que podría no ser la niña más bonita de el lugar, ni la más
linda, ni la más inteligente, ni la más... ¡Ja! ¿A quién le importaba? A
cara fuerte no le pasaba por la cabeza ni la más mínima idea de porque
quería a Eliza... podrían ser sus ojos, que además de ser bellos,
hablaban de su perfecta personalidad y de la persona que era, hablaban
de mil cosas, incluso hablaban de su gato ¡Hablaban de todo! El pobre cara fuerte podía quedarse viendo a sus ojos por toda la cita sin decir ni una sola palabra.
Podría
también ser sus labios sedosos, que eran perfectos cuando ella hablaba,
estos hablaban de todo así como sus ojos y sus mejillas.
Pero
por otra parte cara fuerte no era el más guapo, mucho menos el más
inteligente ni el más hablador, de hecho se le hacía imposible hablarle a
las mujeres, era él un gañán de primera.
Se
la pasaba escupiendo y jugando a los dados, volados, cartas y todo tipo
de juegos, mientras en estos hubiera una apuesta de por medio.
Un día
como todos; Cara fuerte se dirigía a apostar, había vendido un
par de críos de pollo que había encontrado en el campo y quería duplicar
su ganancia; de esta manera empezó a apostar, apostó primero en los
dados, ganó la primera vez... y la segunda ¡y la tercera! pero empezó a apostar más y
perdió un poco más de lo ganado.
Así siguió hasta que perdió todo su dinero. Perdió hasta que ya nadie quería jugar con él, era un pobretón sin dinero, fue de un lado
a otro pidiendo prestado, diciendo: "Al menos un peso por favor" pero
nadie le hizo caso. Hasta que un niño, él se llamaba Marco.
Marco era un joven inteligente, un muchacho rico y pedante, pero bueno,
él había cargado sus dados, y como el ya tenía bastante dinero no
quería las sucias deudas de cara fuerte, él quería que cara fuerte se
avergonzara, que la pasara mal. Entonces así se sentiría realizado y sería su venganza por las numerosas veces que él le había
hecho calzón chino.
Sabía que cara fuerte no le podía hablar a las niñas así que apostó que invitara a Eliza a salir.
Cara fuerte aceptó, el expresaba que decir que no a un reto era para maricas y chicos sin carácter, y así cara fuerte; como tijera a la piedra, cómo cuchillo contra rifle, sin oportunidad alguna... así perdió.
Cara fuerte aceptó, el expresaba que decir que no a un reto era para maricas y chicos sin carácter, y así cara fuerte; como tijera a la piedra, cómo cuchillo contra rifle, sin oportunidad alguna... así perdió.
Esa misma tarde estaba Eliza sentada con sus amigas en el campo cuando todas divisaron a lo lejos el cuerpo de cara fuerte dando pasos cortos y pesados, como si le pesara algo, como si quisiera quedarse atorado en el pasto cada vez que daba un paso, se acercaba más y más. Esto causó entre las jóvencitas una serie de comentarios, "¿Para qué vendrá?" "¿A que viene ese hombre?" "¿Vendrá a apostar?" las interrogantes cesaron cuando él estaba frente a ellas.
Cara fuerte llegó frente a las muchachas con su gesto de odio y enojo característico, vio a Eliza a los ojos para darle la proposición, y su mirada se adentró tanto a la de ella, se vio el mismo junto a ella, en un campo florido, en un bosque nevado, jugando a correr por una pradera, en general todo tipo de escenas por el mundo que se le ocurrieran. Su cara cambió su tono severo y amargo que siempre tenía y se adulzó, se dio cuenta que ignoraba una gran cantidad de cosas hermosas de la vida, que ahora habían entrado de lleno por sus ojos, por ese cruze de miradas, por esa suerte que tuvieron los dados, los pollos, todo encajó perfectamente para que esas dos miradas se cruzaran, se dio cuenta que somos figuras imperfectas en una realidad; espacio y tiempo perfectos. Los dos callaron, estaban concentrados el uno en el otro pero podrian también sentir lo que provenía de afuera; oyeron el paisaje a su alrededor, el aire que corría por el campo abierto, los pájaros jugaban en el viento persiguiéndose unos con otros, las amigas de Eliza observaban calladas diciendo uno que otro comentario al oído, de pronto perdieron el interés en todo y se miraron mutuamente sin fijarse en lo demás.
—Hola— Dijo con timidez Cara fuerte
—Hola— Respondió Eliza amablemente al saludo sin dejar de mirarlo a los ojos
—Quisieras tú...—
—¿Ir al café contigo?— Completó la frase de él y continuó:—Me encantaría—
Cara fuerte llegó frente a las muchachas con su gesto de odio y enojo característico, vio a Eliza a los ojos para darle la proposición, y su mirada se adentró tanto a la de ella, se vio el mismo junto a ella, en un campo florido, en un bosque nevado, jugando a correr por una pradera, en general todo tipo de escenas por el mundo que se le ocurrieran. Su cara cambió su tono severo y amargo que siempre tenía y se adulzó, se dio cuenta que ignoraba una gran cantidad de cosas hermosas de la vida, que ahora habían entrado de lleno por sus ojos, por ese cruze de miradas, por esa suerte que tuvieron los dados, los pollos, todo encajó perfectamente para que esas dos miradas se cruzaran, se dio cuenta que somos figuras imperfectas en una realidad; espacio y tiempo perfectos. Los dos callaron, estaban concentrados el uno en el otro pero podrian también sentir lo que provenía de afuera; oyeron el paisaje a su alrededor, el aire que corría por el campo abierto, los pájaros jugaban en el viento persiguiéndose unos con otros, las amigas de Eliza observaban calladas diciendo uno que otro comentario al oído, de pronto perdieron el interés en todo y se miraron mutuamente sin fijarse en lo demás.
—Hola— Dijo con timidez Cara fuerte
—Hola— Respondió Eliza amablemente al saludo sin dejar de mirarlo a los ojos
—Quisieras tú...—
—¿Ir al café contigo?— Completó la frase de él y continuó:—Me encantaría—
—Sólo quería saber eso—
Un silencio incómodo atrapó a los dos. Un silencio largo. Hasta que se rompió sútilmente
—Bueno, hasta entonces.—
—Hasta entonces.—
Se alejó poco a poco, con pasos suaves, intentando seguir los pasos que había marcado cuando entró al campo pero, fue imposible; poco a poco; paso a paso se fue desplomando en su camino a casa cruzando así el pueblo hasta la puerta de su casa.
Con pasos ya topres y poco determinados llegó hasta su cama, que era ahora un lecho de rosas y ¿Quién lo hubiera dicho? ¿Quién lo hubiera dicho de alguien como cara fuerte? Que él se había inventado una alergía y una enfermedad grave para no tener que tocar aquellos simbolismos "para maricas" y ahora estaba revolcándose sobre ellas, rosas blancas, rosas rojas, rosas amarillas, rosas negras y rosas rosadas. Estaban todas estas unidas al bullicio elegante estas finalmente, cayó dormido entre las flores, entre los colres y entre las espinas que, amenazantes, rozaban su piel causando cosiquillas y un placer único.
Despertó emocionado, aunque las rosas ya no estaban en la cama, las sentía por dentro picando las paredes de su estómado; rosas que recordaban y traían a la mente a los bosques de coníferas soñados que el había pasado con ella, de las praderas en las que se imaginaba a su lado y picos nevados blancos, sumamente blancos cómo la mente de ambos muchachos pero... ¿Para que darle más rodeos? Adelantemos un poco las cosas.
Cara fuerte no sabía que llevarle, obviamente no tenía dinero para un regalo prefabricado ya que su carencia había provocado este encuentro. Recordó algo que le dijo su abuela: "No mijo, el dinero no lo es nada en una relación, pensar en eso es como arreglar tu propio matrimonio, así como tu bisabuelo lo hizo con nostros, no arruines algo que tienes y quieres por dinero, los sentmientos no se compran mijo, traelo en mente."
Eso lo hizo reaccionar y se puso a buscar algo bonito en el jardín, algo como flores, pero no encontró ninguna sin embargo sí se encontró con algo que olía demasiado bien, algo que le hizo recordar, lo sintió especial, algo insólito, unió con hilos las plantas y se las llevó en las manos.
Llegó misteriosamente antes, sin haberlo pensado antes, y esperó un rato, se puso a ver a las cosas de alrededor, a la gente que jugaba cartas en las mesas adyacentes, a la que reía y la que iba de cita con su pareja. Eliza llegó. Ambos empezaron hablando de temas triviales, yéndose de estos a los poco triviales y de los poco triviales a quedarse sin palabras, sólo mirándose el uno al otro en absoluto silencio, el olor enervante de sus pulseras, los hizo caer en un maleficio.
Hacían eso todos los fines de semana, luego todos los días, hasta que Eliza se fue. Él ignora a donde o el por qué se fue, sólo sabe que nunca podrá volver con ella, que todo tiene un fin. A cara fuerte no le quedó más de ella que una imagen en los párpados que no se podía quitar.
El sabor amargo del café azucarado y el olor dulce de la planta crearon en su boca un sabor agridulce que no se olvidaba, un sabor que se volvió una enfermedad crónica.
Un silencio incómodo atrapó a los dos. Un silencio largo. Hasta que se rompió sútilmente
—Bueno, hasta entonces.—
—Hasta entonces.—
Se alejó poco a poco, con pasos suaves, intentando seguir los pasos que había marcado cuando entró al campo pero, fue imposible; poco a poco; paso a paso se fue desplomando en su camino a casa cruzando así el pueblo hasta la puerta de su casa.
Con pasos ya topres y poco determinados llegó hasta su cama, que era ahora un lecho de rosas y ¿Quién lo hubiera dicho? ¿Quién lo hubiera dicho de alguien como cara fuerte? Que él se había inventado una alergía y una enfermedad grave para no tener que tocar aquellos simbolismos "para maricas" y ahora estaba revolcándose sobre ellas, rosas blancas, rosas rojas, rosas amarillas, rosas negras y rosas rosadas. Estaban todas estas unidas al bullicio elegante estas finalmente, cayó dormido entre las flores, entre los colres y entre las espinas que, amenazantes, rozaban su piel causando cosiquillas y un placer único.
Despertó emocionado, aunque las rosas ya no estaban en la cama, las sentía por dentro picando las paredes de su estómado; rosas que recordaban y traían a la mente a los bosques de coníferas soñados que el había pasado con ella, de las praderas en las que se imaginaba a su lado y picos nevados blancos, sumamente blancos cómo la mente de ambos muchachos pero... ¿Para que darle más rodeos? Adelantemos un poco las cosas.
Cara fuerte no sabía que llevarle, obviamente no tenía dinero para un regalo prefabricado ya que su carencia había provocado este encuentro. Recordó algo que le dijo su abuela: "No mijo, el dinero no lo es nada en una relación, pensar en eso es como arreglar tu propio matrimonio, así como tu bisabuelo lo hizo con nostros, no arruines algo que tienes y quieres por dinero, los sentmientos no se compran mijo, traelo en mente."
Eso lo hizo reaccionar y se puso a buscar algo bonito en el jardín, algo como flores, pero no encontró ninguna sin embargo sí se encontró con algo que olía demasiado bien, algo que le hizo recordar, lo sintió especial, algo insólito, unió con hilos las plantas y se las llevó en las manos.
Llegó misteriosamente antes, sin haberlo pensado antes, y esperó un rato, se puso a ver a las cosas de alrededor, a la gente que jugaba cartas en las mesas adyacentes, a la que reía y la que iba de cita con su pareja. Eliza llegó. Ambos empezaron hablando de temas triviales, yéndose de estos a los poco triviales y de los poco triviales a quedarse sin palabras, sólo mirándose el uno al otro en absoluto silencio, el olor enervante de sus pulseras, los hizo caer en un maleficio.
Hacían eso todos los fines de semana, luego todos los días, hasta que Eliza se fue. Él ignora a donde o el por qué se fue, sólo sabe que nunca podrá volver con ella, que todo tiene un fin. A cara fuerte no le quedó más de ella que una imagen en los párpados que no se podía quitar.
El sabor amargo del café azucarado y el olor dulce de la planta crearon en su boca un sabor agridulce que no se olvidaba, un sabor que se volvió una enfermedad crónica.
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