Reina la oscuridad, alguien se aclara la garganta. Luces enfocadas al
centro del anfiteatro, justo en medio de la escena. Un hombre de frac, zapatos
de charol y las manos detrás aparece con
la luz del reflector.
—Bueno… ¡Damas y Caballeros! Bienvenidos a la obra de Mister Daniel Bo… —Aparece
un sujeto detrás del telón que susurra a su oído—. Oh, oh… ¡rayos y centellas!
en serio disculpen… El Pony anónimo. El
Pony anónimo está harto de escribir historias en los que reinan los narradores en primera persona y el subjetivismo, por lo que los ha citado a todo en este maravilloso teatro, donde
narrará uno de sus primeros cuentos en narrador omnisciente, o al menos
extradiegético.
Un hombre aparece por el extremo
derecho de la escena, un hombre de cabellos peinados, nariz recta, paso altivo.
El reflector lo sigue hasta que se para en medio del teatro.
—Yo no puedo, por nada del mundo… narrar una obra que esté ambientado en
este horrible patio… ¡hay mejores sitios en este teatro!—.
Corrió y se abrió paso entre la multitud. Empujó a hombres gordos, flacos,
altos, bajos, de barbas gigantescas, viejos, te empujó a ti y se perdió entre la multitud.
Todo quedó en silencio y oscuridad, y de un momento a otro se marcharon del
lugar y quedaron maravillados porque nunca pudieron salir. De hecho Cornelio M.
quien se abrió paso en la multitud, llena de humanidad y después cruzó entre los
bosques, montañas, rocas, selvas, desiertos y ríos. Acechaba ahora casas, en busca de
buenas historias.
Luego de estar mirando por un rato montones de casas de diferentes formas y
tamaños, se percató que lo miraban desde los falsos interiores… río en su interior,
pues era obvio que les incomodaba sobremanera el vivir en un teatro.
—Era necesario que se los dijera— se dijo a sí mismo—Nada mejor que la
historia de uno locos paranoicos encerrados en un teatro gigantesco—Soltó una
risotada maniática y aguda y se echó en el césped de una casa, prendió un
cigarro y miró a las estrellas.
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