El Pony Anónimo
Cuando llegó había dejado a su caballo amarrado a un cacto, en ese desierto pedregoso y accidentado; había caminado por más o menos unas siete horas, ya se hacía de noche, el sol pretendía de un momento a otro esconderse en el horizonte.
Él había recorrido aquél desierto en el nombre de la justicia, en el nombre de todo aquello que es sagrado en éste mundo, por todo aquello que pretendía valer la pena o ser algo prometedor, pero ese algo ya lo hacía arrastrar los pies y caminar bastante encorvado, sin embargo los arrastraba con una determinación psicópata que rozaba los extremos del valor hasta casi saltar a la locura y con esa misma determinación volteó hacia todas direcciones, en vano, sin encontrar lo que buscaba.
Caminó todavía largo rato, cuales fueron como un infierno, se encorvaba más y más, se arrastraba más y más a cada paso y moría lentamente en la deshidratación, mas podría morir él pero no su espíritu, no en ésta vez tan crucial. De repente un coyote salió corriendo hacia él y mordisqueó de modo juguetón su bota de piel, él reaccionó inmediatamente y sacudió dicho pie, sacando a volar al coyote, que dio volteretas por la tierra. El coyote se paró rápidamente y se sacudió.
—No pareces muy amigable—Dijo el coyote mientras inclinaba la cabeza—Debe de ser la falta de agua y tu inmunda impotencia ¿O no?
—Cállate— Le respondió el hombre de las botas—Te podría matar a patadas, pero no es preciso desperdiciar energía.
—Interesante—Expresó el coyote con cara dubitativa—Estás moribundo y piensas todavía en lo que estás buscando, vaya que los humanos son estúpidos, pero yo no me aprovecho de estúpidos.
Dicho esto, el coyote salió corriendo de escena, con brinquitos gráciles casi propios de una delicada dama.
Y así fue, el tipo siguió luchando por lo que pensaba sagrado. Por eso caminó y caminó todavía convencido de que encontraría lo que estaba buscando, y así cayó la noche, oscureciendo todo a su paso, enfriándolo todo, hecho que le dio más fuerzas y caminó aún más rápido. Sus pasos inquietos resonaban por todo el desierto, el sonido de las botas despertó al coyote que ahora descansaba.
.
— ¿Sigues aquí?—Dijo el coyote posando debajo de un montón de piedras—Pensé que ya te estarían buscando los carroñeros.—Dio una pausa y lo miró fijamente.— Y dime... ¿Qué es tan importante cómo para mantenerte aquí?
El sujeto se echo a reír y le dijo: —Aunque te dijera no lo comprenderías, eres sólo un animal.
—Los humanos son todos iguales.—Dijo el coyote echando su cabeza a tierra otra vez y se dispuso a dormir.
El sujeto siguió su camino, tiritando por el frío de una noche desértica, se estaba quedando inmóvil, sin duda le quedaba poco tiempo, debía apurarse por lo que se echó a andar todavía más rápido, corriendo por todo el desierto, hasta que una voz le llamó y paró en seco.
—Oye, ¡Leandro! ven para acá—Decía la voz— Ven para acá buen caballero.
Leandro miró hacia todas direcciones pero no logró dar con lo que le hablaba.
— ¡Leandro, por favor! Veme, estoy acá abajo.
Leandro giró su cabeza viendo al suelo y encontró a una serpiente que lo miraba.
—Oh, Leandro, ahí estás... un tipo se la pasó gritando tu nombre.—Refirió la serpiente— Y vaya que es molesto, de hecho, pensé en morderlo pero en lugar pedí que me contara su historia, con la condición de darle de beber, pues no es común ver a humanos por aquí.
— ¿Dónde está ese cabrón?— Dijo Leandro colérico— Lo voy a despedazar cuando lo vea.
— No te apures Leandro, debe de estar durmiendo por ahí, soñando con tu hija.
El rostro de Leandro se descompuso en una tremenda e incontrolable ira que causó que levantara el pie para aplastar a la serpiente, pero no lo hizo.
—Sabía que no lo harías, si me matas morirías tú también.—Subió por su cuerpo, enrollándose en el torso sólo para decirle cara a cara lo que quería:— Mira, campeón, te tengo una propuesta, viendo tu sed de venganza te doy dos opciones; te digo la salida hacia el pueblo más cercano o simplemente te digo dónde está el muchacho, piénsalo bien.
Leandro no lo pensó dos veces y pidió:—Dime dónde está el muchacho.
— ¿Seguro?
— Segurísimo.
—Perfecto, mira... ¿Ves esas piedras apiladas ahí? Caminas tres pasos hacia el cactus que está hacia las montañas y luego diez hacia las rocas del cañón.
Leandro después de haber seguido las instrucciones llegó a unas piedras que formaban un anfiteatro, dónde en el centro tocaba la luna con su luz blanquecina, y ahí en el centro del anfiteatro yacía tendido en el suelo un muchacho, robusto de facciones duras, Leandro se acercó poco a poco. Una sombra apareció detrás de Leandro.
—Papá, no lo hagas...
Se detuvo.
—Cállate, tú no tienes voz ni voto en esta casa ahora, prostituta.
—No, papá, yo lo amaba y nuestro amor eclosionó en eso, como todo amor, así se demuestra.
— ¡No digas tonterías, asquerosa prostituta!— Golpeó el aire con la mano abierta y desapareció la sombra.—Ahora sí puedo hacer lo que tenía que hacer, levántate rufián, para que veas lo que se te viene.
Desenfundó su pistola mientras lo golpeaba las costillas con la punta del pie. Y tan sólo abrió los ojos el muchacho y... ¡Pum! una bala atravesó entre sus ojos y la sangre salió de la herida y sorprendentemente, por lo que la sed y las necesidades humanas provocan, Leandro bebió de ella y le encantó, la brutal sensación de hacer pagar a alguien, lo que merece, de haberle hecho pagar por cancelar la boda arreglada, por un simple bastardo. Con la fuerza de la sangre nueva, de la redención incorrecta se echó a correr de vuelta a su caballo, con energía, con júbilo, con la ilusión de haber hecho lo correcto y aquello que había hecho lentamente, antes arrastrando los pies lo recorrió ahora con una rapidez intrépida y efectiva pero ya cuando llegó... se dio cuenta que su caballo había muerto.
El coyote lo veía desde lejos... y se dijo a sí mismo: —La naturaleza es sabia, —Lo es.—Respondió la serpiente acercándose a él.
what the fuck? no entendí el final
ResponderEliminarhaha la pregunta es... ¿Por qué la naturaleza es sabia? :3 y el entenderle a esto es según tu criterio. ¡Saludos!
ResponderEliminar