sábado, 16 de agosto de 2014

Marcus Kink

Para todos mis lectores:

No existe peor lugar que éste en el cual me encuentro, el limbo de todo lo existente de todo lo que percibo y percibiré alguna vez e incluso de mi más bizarra y terrible imaginación.
Lo que se puede decir sobre éste lugar no es más que lo puramente trivial, la vista no representa nada más allá que lo que nuestro intelecto consciente es capaz de decirnos. El lugar es esencia una casa, una vieja casa de arquitectura Mexicana, de ladrillos rojos y ventanas cuadradas, inmueble que no hace mucha diferencia con sus coetáneos.
Son los sucesos su especialidad, la verdadera esencia que se oculta entre las paredes y que está sólo a unos pasos de la puerta. He escuchado que cada vez que un huésped nuevo la utiliza, un comerciante de un lugar lejano (que es el actual propietario) investiga como trabajo de tiempo completo el origen y la verdad sobre el arrendatario. Lo hace de manera tan ardua que el resultado del trabajo es aterrorizante.
Conseguí el contacto hace un tiempo, mis críticas sobre los más prominentes autores de terror enojó a la mayoría de mi público, (como tienden a serlo la mayoría de las multitudes) se mostraban dogmático con sus ídolos. Como consecuencia de mi descaro, una nota de pronto apareció sobre el escritorio de mi oficina.
Firmada por un nombre que desconocía, el sobre contenía un reto en su más puro estado: me desafiaba a pasar una noche en la casa que apenas mencioné y que me es prohibido mencionarles más. El miedo me acongoja y sé que quienes me han hecho esto no dudarán en matarme si es que develo su macabra obra, aunque ahora la muerte es lo que menos temo, me consume la idea de quedar atrapado más tiempo en este lugar.
Cuando la carta llegó a mi escritorio y cuando me atacó como comentario en las columnas de mi propia sección... temí poco, el ataque era público y venía con una dirección firmada por el autor para evitar malos entendidos. Investigué primero con un amigo el nombre y la dirección. Marcus Kink, un hombre de ascendencia gringa, solitario que trabaja en una biblioteca y… la dirección: una casa vieja localizada en un pueblito. ¡Oh Alas! Ni el nombre de ese pueblito le será permitido escuchar.
No pensé, viajé ahí sin reparos imaginándome una gran ventura y al entrar a la casa… al entrar a la casa, me encuentro con un salón ancho, de baldosas blancas y negras como casillas de ajedrez y con un objeto cúbico sobre una mesa en el centro.
Lo observé un rato y vi en sus rasgos unos repujados bellísimos realizados cuidadosamente por la mano de un hábil artesano de tiempos arcanos. Una mezcla de hebreo cabalístico y rara alquimia notábase entre sus más finos detalles. Mi emoción me volvía un discípulo perdido de Paracelsus o de Agrippa en tiempos más viejos que la historia misma, donde el misterio de todo se perdía entre las blancas paredes de la soledad.
Una curiosidad se mezcló con mi emoción y al tocarlo, vi pasar cada uno de mis más terribles miedos detrás de mis ojos. Sentí cómo justo en la más ínfima parte de mi cabeza unos pequeñísimos engranes chocaban y producían un terrible dolor. Al mismo tiempo el miedo me mareaba y paralizaba aunque sabía que los hechos sucedidos dentro de mí eran totalmente falsos, mi concepto de la realidad tendía a la ambigüedad y descontrolado por la sensación, huí ahí de inmediato. Cogí mi coché y me largué lo más rápido que pude.
Ese comerciante foráneo, no es más que un traficante de terror y odio, es la más pura esencia de los mecanismos humanos que controlan el arte del miedo él ha vendido mi alma él ha destrozado mi psique y la ha convertido en eso… Eso es lo que veo todas las noches, es lo que sueño desde que me han convencido de ir a ese horrible lugar y es ahí donde viaja mi mente cuando tengo oportunidad de correr por los largos prados de la imaginación, es mi vida ahora.
La razón de este texto es para hacer un homenaje a Marcus Kink, el gran padre del terror, la gran figura que todo amante de este género espera ver (claro sólo cuando es un necio) para sentir qué es lo que realmente es no tener tripas y no poder respirar más que los eternos suspiros del sufrimiento.

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