No existe peor lugar que éste en
el cual me encuentro, el limbo de todo lo existente de todo lo que percibo y
percibiré alguna vez e incluso de mi más bizarra y terrible imaginación.
Lo que se puede decir sobre éste
lugar no es más que lo puramente trivial, la vista no representa nada más allá
que lo que nuestro intelecto consciente es capaz de decirnos. El lugar es esencia
una casa, una vieja casa de arquitectura Mexicana, de ladrillos rojos y ventanas
cuadradas, inmueble que no hace mucha diferencia con sus coetáneos.
Son los sucesos su especialidad,
la verdadera esencia que se oculta entre las paredes y que está sólo a unos
pasos de la puerta. He escuchado que cada vez que un huésped nuevo la utiliza,
un comerciante de un lugar lejano (que es el actual propietario) investiga como
trabajo de tiempo completo el origen y la verdad sobre el arrendatario. Lo hace
de manera tan ardua que el resultado del trabajo es aterrorizante.
Conseguí el contacto hace un
tiempo, mis críticas sobre los más prominentes autores de terror enojó a la
mayoría de mi público, (como tienden a serlo la mayoría de las multitudes) se
mostraban dogmático con sus ídolos. Como consecuencia de mi descaro, una nota de
pronto apareció sobre el escritorio de mi oficina.
Firmada por un nombre que
desconocía, el sobre contenía un reto en su más puro estado: me desafiaba a pasar
una noche en la casa que apenas mencioné y que me es prohibido mencionarles
más. El miedo me acongoja y sé que quienes me han hecho esto no dudarán en
matarme si es que develo su macabra obra, aunque ahora la muerte es lo que
menos temo, me consume la idea de quedar atrapado más tiempo en este lugar.
Cuando la carta llegó a mi
escritorio y cuando me atacó como comentario en las columnas de mi propia
sección... temí poco, el ataque era público y venía con una dirección firmada por
el autor para evitar malos entendidos. Investigué primero con un amigo el nombre y la dirección. Marcus
Kink, un hombre de ascendencia gringa, solitario que trabaja en una biblioteca
y… la dirección: una casa vieja localizada en un pueblito. ¡Oh Alas! Ni el
nombre de ese pueblito le será permitido escuchar.
No pensé, viajé ahí sin reparos
imaginándome una gran ventura y al entrar a la casa… al entrar a la casa, me encuentro
con un salón ancho, de baldosas blancas y negras como casillas de ajedrez y con
un objeto cúbico sobre una mesa en el centro.
Lo observé un rato y vi en sus
rasgos unos repujados bellísimos realizados cuidadosamente por la mano de un
hábil artesano de tiempos arcanos. Una mezcla de hebreo cabalístico y rara
alquimia notábase entre sus más finos detalles. Mi emoción me volvía un
discípulo perdido de Paracelsus o de Agrippa en tiempos más viejos que la
historia misma, donde el misterio de todo se perdía entre las blancas paredes
de la soledad.
Una curiosidad se mezcló con mi
emoción y al tocarlo, vi pasar cada uno de mis más terribles miedos detrás
de mis ojos. Sentí cómo justo en la más ínfima parte de mi cabeza unos pequeñísimos
engranes chocaban y producían un terrible dolor. Al mismo tiempo el miedo me
mareaba y paralizaba aunque sabía que los hechos sucedidos dentro de mí eran
totalmente falsos, mi concepto de la realidad tendía a la ambigüedad y descontrolado
por la sensación, huí ahí de inmediato. Cogí mi coché y me largué lo más rápido
que pude.
Ese comerciante foráneo, no es
más que un traficante de terror y odio, es la más pura esencia de los
mecanismos humanos que controlan el arte del miedo él ha vendido mi alma él ha
destrozado mi psique y la ha convertido en eso… Eso es lo que veo todas las
noches, es lo que sueño desde que me han convencido de ir a ese horrible lugar
y es ahí donde viaja mi mente cuando tengo oportunidad de correr por los largos
prados de la imaginación, es mi vida ahora.
La razón de este texto es para
hacer un homenaje a Marcus Kink, el gran padre del terror, la gran figura que
todo amante de este género espera ver (claro sólo cuando es un necio) para
sentir qué es lo que realmente es no tener tripas y no poder respirar más que
los eternos suspiros del sufrimiento.
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