domingo, 15 de diciembre de 2013

Box

Tengo un cofre, guarnecido con barras hierro por las aristas, perfectamente remachado, fortalecido de esquina a esquina. Podría ser el castillo defensor más potente en la caja de juguetes de un niño, pues para su pequeño tamaño es un imponente objeto. Lo he abierto varias veces pero nunca recuerdo en sí qué es lo que guardo allí.

Lo he abierto muchas veces eso sí, he perdido la cuenta, pero lo recuerdo, puedo recordar con facilidad todo lo que he hecho con ese cofre pero no lo que lleva dentro. Estoy cien por ciento seguro que tiene más cosas de las que aparenta en sus dimensiones, pues mi suposición es que cuando entran ahí… jamás vuelven y dejan de existir como nosotros las conocemos. Dejamos de conocerlas en sí. Es una puerta pequeñísima a otra dimensión, a una dimensión que no conocemos y que quizá alguna vez conocimos.

Escribo esto porque dentro de poco dejaré de conocer el cofre y lo que he metido en él, todo se perderá entre sus palabras, frases, pequeños pasadizos, sus amplias calles, grandes edificaciones, rostros, árboles, estrellas, galaxias, constelaciones, universos todos negros de amargo olvido. Antes de que mi mundo colapse y muera por lo que he metido ahí adentro respóndeme... ¿Este lugar donde vivo está dentro de tu cofre?

martes, 10 de diciembre de 2013

El museo de ejemplos


El solitario señor azul, con la barba mojada con salsa de tomate y cubierta de polvo. Recargado, con los codos sobre la mesa, parece que ha pasado así más de cien años. Tiene sus pestañas rizadas, entre éstas se puede apreciar pequeñas telarañas, sus ojos secos y rojos, su cabello que con un soplido caería al suelo y su boca abierta donde de vez en cuando se asoma una tarántula. En la mesa con una placa de bronce, brillan las letras negras con la inscripción: “Ejemplo de pusilanimidad”
Esta pieza de arte o de historia (yo no sabría cómo llamarle en realidad), se encontraba en un museo de bizarras características, una casa vieja, como aquellas que encuentras en México abandonadas, con paredes de adobe y casi demolidas por el tiempo.
Maestría artística e histórica es lo que se puede decir de este lugar, donde nos muestran las imágenes de la vida diaria como deberían de ser, grotescas, extravagantes, cubiertas con el polvo, acciones que mueren a cada segundo y se las lleva el viento. Algunos dicen que estamos hechos de acciones.
El maestro embalsamador no comparte esa idea, él piensa ante todo que nosotros las guardamos y que si embalsamáramos a cada una de las personas y las dejáramos en la misma posición en que murieron, sabríamos todo de ellas.
Volviendo al señor azul, él murió esperando en la mesa de su cocina, esperando a que una mujer llegara, desafortunadamente, la mujer moderna ya no es de aquellas que viven en la cocina y sirven a un hombre. Tuvo que vivir con esa idea y morir también.

Si sigues derecho por la sala donde está el hombre azul verás al maestro embalsamador, quien se embalsamó a sí mismo.

martes, 3 de diciembre de 2013

Cornelio M.


Reina la oscuridad, alguien se aclara la garganta. Luces enfocadas al centro del anfiteatro, justo en medio de la escena. Un hombre de frac, zapatos de charol y las manos detrás  aparece con la luz del reflector.
—Bueno… ¡Damas y Caballeros! Bienvenidos a la obra de Mister Daniel Bo… —Aparece un sujeto detrás del telón que susurra a su oído—. Oh, oh… ¡rayos y centellas! en serio disculpen…  El Pony anónimo. El Pony anónimo está harto de escribir historias en los que reinan los narradores en primera persona y el subjetivismo, por lo que los ha citado a todo en este maravilloso teatro, donde narrará uno de sus primeros cuentos en narrador omnisciente, o al menos extradiegético.
Un hombre aparece  por el extremo derecho de la escena, un hombre de cabellos peinados, nariz recta, paso altivo. El reflector lo sigue hasta que se para en medio del teatro.
—Yo no puedo, por nada del mundo… narrar una obra que esté ambientado en este horrible patio… ¡hay mejores sitios en este teatro!—.
Corrió y se abrió paso entre la multitud. Empujó a hombres gordos, flacos, altos, bajos, de barbas gigantescas, viejos, te empujó a ti  y se perdió entre la multitud.
Todo quedó en silencio y oscuridad, y de un momento a otro se marcharon del lugar y quedaron maravillados porque nunca pudieron salir. De hecho Cornelio M. quien se abrió paso en la multitud, llena de humanidad y después cruzó entre los bosques, montañas, rocas, selvas, desiertos y ríos. Acechaba ahora casas, en busca de buenas historias.
Luego de estar mirando por un rato montones de casas de diferentes formas y tamaños, se percató que lo miraban desde los falsos interiores… río en su interior, pues era obvio que les incomodaba sobremanera el vivir en un teatro.

—Era necesario que se los dijera— se dijo a sí mismo—Nada mejor que la historia de uno locos paranoicos encerrados en un teatro gigantesco—Soltó una risotada maniática y aguda y se echó en el césped de una casa, prendió un cigarro y miró a las estrellas.