— ¡Eureka!— Saltó y gritó uno
de los científicos presentes haciendo resonar el suelo de hierro cromado. Todos
los presentes, vestidos con batas de laboratorio; overoles manchados de
aceite y otros cuantos con ropa en
camuflaje y armas en el cinto se acercaron a observar el espectáculo que daba
una máquina esférica, que echaba vapor por todas partes y goteaba nitrógeno
líquido de igual manera. Era una máquina mediana, deslumbrante, imponente y
brillosa, que iluminaba el salón como una bola de espejos disco, era sin
embargo, un prototipo.
—A un lado, hágase a un lado
por favor, con permiso— entre toda la aglomeración se abrió paso un hombre a
codazos y empujones, vestido diferente que todos los demás, fumaba un puro y
llevaba puesto un traje negro como el azabache— ¿Qué es lo que tenemos aquí
muchacho?—Preguntó.
—Es muy sencillo, es una
máquina que designa metas a corto plazo, posibles y placenteras—Le dio unas
palmaditas a uno de los tubos con una muestra de afecto y ufanía, como si asegurara
que todo su trabajo fuera el ganador de un Nobel o algo parecido— ¡Todo gracias
a la ciencia! Ahora cualquier persona podrá fijar metas sin problema alguno,
solucionando un problema causante de suicidios y fracasos en nuestra sociedad.
El hombre de traje formal,
examinó con la mano sobre la barbilla cada manguerita y tubo que contenía la
máquina en su especial estructura y quedose viendo a una ligera hendidura que
tenía en la parte superior que era plana. Sacó chequera y pluma de las bolsas
de su saco sin dar muestras de menor interés y pinchó con el pulgar la cabeza
de su pluma.
—Dime muchacho, ¿Te parece 5
millones de dólares por la patente?—Lo miró fijamente, sin dar a notar
expresión alguna.
— ¡Lo siento Señor!—dijo
abrazando a la esfera—Mi invento… ¡No está a la venta!
— ¡Oh, vaya! ¡Qué lástima!—Puso
su chequera sobre la mesa en la que estaba la máquina y caló de su puro,
acercándosele casi a rosa la cara—Muchacho, yo sé que todos tienen un
precio—Murmuró.
—Los hombres de pasiones no
cambian su amor por nada.
—10 millones… ¿Te pa…?
—No señor.
—100 millo…
—Ya le he dicho que no.
—Mira muchacho, es mi última
oferta…
—No—Dijo cortando tajantemente
la conversación. Agarró su invento y lo puso en otra mesa, donde empezó a dar
muestras gratis. Dentro de la instalación se hizo una fila larguísima,
esperando probar el nuevo invento del joven, del cual de pronto todos, hasta
nosotros supimos su nombre… Miguel, Miguel Hurtado.
La fila avanzaba y poco a poco,
las personas encontraban metas no difíciles de alcanzar y bastante productivas,
los protocolos y algoritmos que computaba la máquina eran excelentes creaciones
y motivaban de una gran manera a las personas, porque además eran metas que
ellos mismos querían.
— ¡Yo sabía que era bueno para
ser bailarín!—Dijo un guardia tirando sus armas al piso y salió dando saltitos.
— ¡Yo siempre quise tener un
granja!—Dijo un hombre de bata que ahora la dejaba sobre un perchero junto con
otras muchas.
— ¡Yo siempre quise hacer
pornografía!—Gritó otro.
— ¡Yo siempre quise dedicarme
al dibujo y diseño!
— ¡Yo siempre quise administrar
un hotel!
Y todo el mundo en el
gigantesco recinto de metal chapado empezó a poner caras felices, cambiando las
serias que habían tenido antes de que el invento funcionara.
El director ejecutivo que
estaba a cargo del lugar y patrocinaba a los científicos miraba por la ventana,
mientras sostenía en la mano un IPhone 5 de color negro envuelto en una funda
mate, le dio una ojeada a la hora, lo tiró a la basura y le dictó a su
secretario, que estaba sentado junto a su escritorio, que ostentaba sobre él,
gran número de “gadgets tecnológicos”: un nuevo Lumia, el Xbox One, PS4, una de
las innovadoras PC de actualidad, una ipad y un grandísimo etcétera.
—11:11…—Dictó lenta y fríamente—El
muchacho que recogí hace unos meses en una fábrica de conserva Mexicana ha
hecho un significativo trabajo con sus conocimientos de biología—Volvió a mirar
a su reloj, había transcurrido un minuto y volvió a dictar—11:12… La verdadera
pregunta es… ¿Ha hecho una cura o un tumor? Fin de la grabación—. Volvió a ver
su reloj y en el reflejo de su vidrio se hizo notable su sonrisa, retorcida por
la concavidad de éste, pero una sonrisa en fin.
Estaba Miguel parado en un
pódium, tenía ya una cabeza plateada por la edad, se erguía frente a una
audiencia de hombres vestidos de negro, con corbatas ajustadas y cuellos
blancos, impecables. Eran cientos de ellos en un salón cubierto por un piso de
madera y revestimiento de tela en las paredes, dando un estilo muy formal al
asunto, sin embargo, en el pódium no había una persona que reflejara la
formalidad rigurosa del evento, ésta llevaba una bata e iba vestido
humildemente. Miguel terminaba de dar un discurso sobre la justicia e igualdad
de oportunidades psicológicas y cómo su invento hacía posibles o favorecía
todas éstas, al finalizarlo, todos aplaudieron al unísono. Era una conferencia
de inventos científicos revolucionarios.
La sección de preguntas se
abrió y cada uno de los hombres con traje comenzó a alzar sus manos en el aire.
— ¿Cómo piensa usted hacer que
su invento llegue a toda la población, si es tan buena como dice? —Dijo una
rubia que venía de la parte de una importante cadena mediática.
—Señorita, creo que hemos
pasado por una etapa, en el siglo XIX que se llamó la revolución industrial, si
usted no parece estar enterada de la situación con la producción en serie, que
sucedió hace 230 años—Miró al público en tono irónico al público—Entonces creo
que también tendré que contarle sobre las muchas asociaciones filantrópicas que
existen.
La rubia bajó su cabeza ruborizada,
como escondiéndose. Las manos se volvieron a alzar.
Un hombre de cabello negro,
bien peinado y arreglado, que sonreía y miraba constantemente a las cámaras que
lo miraban formuló su pregunta.
— ¿Piensa usted vender la
patente?
—Por supuesto que no, aunque al
final de mis días, por convenio con aquella compañía que me ha ayudado con este
proyecto, la patente quedará en sus manos.
Cámaras y flashes golpearon el
centro del anfiteatro y con él, el pódium. Las manos, hambrientas de respuestas
volvieron a alzarse en el aire.
Un viejo con lentes, también
parte aparentemente de una cadena televisiva se quitó los anteojos y prosiguió con su
formulación.
—Es mi curiosidad…—Agregó como
preámbulo— ¿Cómo funciona?
—Es muy sencillo de hecho,
insertas tu dedo en la hendidura de la parte superior y sentirás un pequeño
pinchazo, muy leve; que te medirá la presión arterial, los niveles de estrés,
tus gustos y ciertas patologías de tu cerebro, sangre, órganos, etc… que le
permiten formular a la máquina, una meta que te encantaría lograr y que es
fácil de realizar para tus expectativas y habilidades…
— ¿Y de qué manera se asegura
la máquina que realizarás tal meta?
—Es sencillo… junto con el
pinchazo, se inocula una droga poderosa que le da cierta docilidad a la persona
y obediencia, dicha que le sirve para dar dirección y coraje a la idea.
La plática se volvía
interesante entre los dos viejos, pues había pasado mucho tiempo desde que
Miguel había fabricado su máquina y había pasado mucho tiempo en lo que se
volvió popular.
— ¿Eso quiere decir que esa
máquina puede ser usada para…?
La prensa se fue a cortes
comerciales. Dos gorilas vestidos de negro tomaron al viejo por los brazos y le
taparon la boca de manera arbitraria. Ambos caminaron por los pasillos,
desapareciendo por las salidas. Los guardias en todos puntos murmuraban por sus
micrófonos: “¿No habrán dejado pasar a otro de esos intelectuales verdad?”
Mientras otro le respondía: “No, esperemos que no, disuelvan la conferencia,
disuelvan la conferencia.”
La prensa volvió al aire,
presumiendo una falsa edición de lo sucedido y mostrando los agradecimientos
mientras la junta se disolvía.
Miguel estaba en su lecho de
muerte, junto a su esposa, quien apretujaba su mano contra la de él, esperando
que de un momento a otro, su esposo cesase de sufrir, para la vida o para la
muerte. Había otras personas presentes, que se quitaban el sombrero, lloraban o
respiraban entrecortado, todas éstas eran jefes de gigantescos grupos
filantrópicos que apreciaban a Miguel. De pronto, tocan el timbre de la puerta,
era un joven que con sombrero en las manos y grandes modales que hacían juego
con unos nobles ojos. Entró al dormitorio con una carta entre el sombrero
fedora.
—Señor Hurtado, ésta carta me
la ha entregado mi padre antes de morir y vengo a entregársela a usted en el
justo momento.
Miguel, envuelto en fiebre,
pero aún consciente de la situación, pidió a su esposa que leyera la carta en
voz alta. La esposa obedeció sin replicar, abrió la carta y comenzó a leer:
“Señor Hurtado
Debo decirle y disculparme por
los modos en los que pedí por primera vez la patente y la primera de sus
máquinas, era yo un joven activista infiltrado en las filas de una empresa
gigantesca que buscaba comprar patentes.
Es menester decir que no se les
permite el acceso a las personas con diferentes intenciones y otros puntos de
vista en la empresa en la que usted trabajaba, por lo que en el instante, tuve
que seguir mi papel ante la tremenda aglomeración de gente.
Entregué ésta carta para
decirle que la empresa para la que usted trabaja, utilizará, como ha sucedido
en muchas ocasiones con numerosos inventos, un fin lucrativo del todo, pues no
hay compañía, ni hombre de negocios que vea al humano como humano.
Debía decírselo, pero no tenía
cara para hacerlo oralmente, pues fue demasiado tarde para salvar el proyecto,
lo internó e hizo el papeleo como un rayo, entusiasmado para obtener el apoyo
económico que necesitaba y lo entiendo.
Sin más que decir… me despido.
PD.
Después compré una de sus máquinas, el resultado, fue salvar un gran proyecto, es muy eficaz, mis felicitaciones, estaré en su conferencia mañana.
Después compré una de sus máquinas, el resultado, fue salvar un gran proyecto, es muy eficaz, mis felicitaciones, estaré en su conferencia mañana.
Edward Rosser III“
Al oír tales malas noticias, el
cuerpo de Miguel comenzó a estremecerse, como si hubiera visto al diablo, y de
sus ojos, se desvaneció la vida, lentamente.
— ¿Por qué no la entregó
antes?—Preguntó la mujer con voz entrecortada—Pudo haber sido útil desde antes.
—Se le impuso un perímetro a su
esposo, porque querían mantenerlo iluso—dio una pausa tomando una
bocanada de aire—Mi padre fue asesinado el día que expuso sus preguntas en
público en la conferencia, pero no se culpe señora, sabemos que él nunca pensó
en que la empresa lo abandonaría de ésta forma, ni mucho menos que ésta haría
atrocidades por él.
Ambos miraron al cuerpo y se
abandonaron en sus cavilaciones melancólicas, el muchacho conocía al viejo
Miguel Hurtado y le entristecía lo sucedido.
Steve llegó a la acera de su
casa de madera, ubicada en uno de los muchos barrios pobres de la región en que
vivía, su jardín árido, se removía en polvo con las olas del viento caluroso.
Revisó el buzón y encontró un
jugoso regalo del gobierno, era una de las máquinas a las que se les había
hecho gran propaganda en este último año, dícese que puede salvar a los muertos
bríos y a las decaídas esperanzas.
La sacó de su buzón y entró con
la máquina en las manos, le dio un beso a su esposa, que había cocinado uno de
los últimos trozos de carne que les quedaba en la casa, el ambiente olía a
esfuerzo y a una vida a duras penas.
Al ver ambos, sobre la mesa el
nuevo aparato, se les iluminaron los ojos, ojos que antes rozaban todo con
desaire y tristeza. Sin observarlo más, introdujeron su dedo en la hendidura de
la parte superior de la máquina y ésta le mostró con fiereza, a cada uno:
“Steve Duncall – Soldado de
Artillería, frente de expansión… anotarse en la armada”
“Marianne Duncall – Lavandera y
cocinera en la casa imperial Hilton”
Ambos, se vieron y sonrieron
con los bríos recobrados al máximo, vieron la TV mientras comían, observando
atentamente cada detalle, desde los anuncios de las máquinas maravillosas,
hasta las asombrosas cifras de la guerra de expansión. Al terminar sus platos,
se miraron lascivamente (la máquina ahora inyectaba un potente afrodisiaco) y
fueron a la cama a tener sexo, sin darse cuenta que como ellos, sus hijos nunca
más volverían a ser libres, como ellos alguna vez lo fueron.
Ese día, millones de máquinas
aparecieron en millones de buzones, en casas de clase baja y clase media, mientras en los
gigantescos palacios gente riquísima, fumaba habanos y brindaba champagne,
celebrando su victoria contra el enemigo de siempre y proclamando las voces ebrias gritaban como bestias…
—¡Oligarquía!—
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