domingo, 5 de mayo de 2013

Tenoch.


Hoy es un día solemne, un día excelente para llegar a la redención y al perdón por aquello que considero una moderna faramalla. Sí, hoy es un día solemne porque me marcho, dispuesto a que me quite el asco de los carteles que causan epilepsia. Pues estoy dispuesto a ver la luz por vez primera, lejos de la luz de mi sombría pantalla que no me muestra más que una representación de la vida totalmente idealizada, o del frío que entra por mi ventana, aquél que me hace temblar y arrastrarme por nuevas fuentes de calor o tal vez debería hablar de mi vieja estantería de libros que no me dicen palabras que no me sé, por eso he llegado a la decisión que me dio la sabia gente del pueblo; ir con Tenoch.

—Buenísimos días Señor—Saludó Tenoch sin dar vuelta, ni mostrar ni una distracción a lo que se encontraba haciendo en ese momento, que parecía ser cortar unas cuantas ramitas de enredadera de la pared de su vieja choza. Dijo sin dar la media vuelta:
— ¡Sabría que vendría!
— ¡Oh! ¡No podrá usted estar hablando en serio!
— ¡Claro que sí! Debe de ser el señor que viene a buscar una linda novia; la más bonita entre las bonitas, la más linda entre las lindas y la más perfecta entre los mortales.
Un aura de tremenda decepción corrió por mi espalda en forma de un balde de agua fría, limpiándome del poco alivio que había generado estar ahí parado.
—No, no soy aquél que mencionas.

—Uhmm… debes de ser entonces aquél que quiere comerse el mundo de un bocado, y con él, los papiros verdes, las piedras brillantes y los objetos valiosos a voces.
El agua fría volvió a recorrer mi espalda que se íbase ora encorvando a causa de la decepción.
— ¡No! No soy aquél que tú mencionas.
— Entonces debes de ser tú el más insaciable de todos, el que desea tener a los pies de todos en las palmas de las manos, pero no para cargarlos ¡No señor! Sería para tenerlos cerca y de ser necesario aplastarlos con sólo cerrar el puño…
—Debo decirle Tenoch, que no soy aquél que mencionas.
— Entonces… ¿Eres el que llora por las comedias?
—Inquirió sorprendido, dando por fin la media vuelta y enseñando unas facciones algo extrañas.
— El que viviría en las nubes si no fuera por los extraños sabores de lo que ahora ya no se llama decente.
—Gran ser, debo de decirte que si has venido por tus problemas de náusea y descontrol, no podría ayudarte.
El balde se vació por completo sobre mi espalda.
— ¡¿Cómo que no puedes ayudarme!?
— No, no puedo, no puedo con lo que Dios me ha dado.

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