El Pony Anónimo
Interesantemente, después de unos sucesos virtualmente esquizofrénicos, de los cuales he negado ya varias veces que eran mentira, se me viene a encerrar a un complejo psiquiátrico a el cual se acordó internarme después de largas pláticas entre mis amigos, familiares e incluso enemigos, buscando darle fin a la ilusión que me acecha sin descanso, que me abraza y me abduce al canto, que se vuelve alucinante, que me da tranquilidad y sosiego y que sin embargo es tan venenosa como magnánima.
Hoy se puede ver los campos verdes del hospital siendo bañados por el sol matinal, esperando el grito que clama la libertad de aquellos a quien la devoción los ha abandonado, ¡Benditos, Oh Benditos! ¡Disfrutad de la libertad que os enaltece! Pero, cuando oigan los sollozos de la fantasía, ahogados por las paredes fisuradas y sombrías del complejo, vuelvan allí, sirvan y consuelen, amen y procuren, al sueño que les da más libertad que los campos y horizontes. Sírvanle como los más fieles vasallos a este sentimiento, aún cuando parezca efímero.
Hace mucho, muchísimo que no sentía ese dulce estupor fantástico, un sentimiento adulador hacia la existencia humana, la cual que generalmente goza de monopolaridad y frialdad excesiva. Sin embargo, el culteranismo al que intento someterme, no me permite hablar textualmente; por lo que enloquezco al instante; más aún de lo fuera de mi razón que estaba en un principio, por eso permanezco encerrado en estas puertas de acero pues no he desesperar mientras mi ilusión no me abandone.
Apareció ante mi esa mañana, antes de que se asomaran los primeros rayos del sol, reflejándose levemente en el cristal de mi ventana, justo antes de que llamara Dios a que nos reuniéramos con la realidad física; ella y yo paseamos por praderas y pastizales donde los leones retozaban alegremente, a conciencia del clima, caluroso y árido, sin embargo nosotros no retozamos y ella, tomando forma de león me dijo: —Tú, con tu pequeña boca y tus romos dientes, no podrás argumentar contra alguno de estos leones.—
Y en un abrir y cerrar de ojos, la fantasía se hizo polvo, y yo yacía en mi cama hecha de barrotes, de latón.
En la noche de unas semanas después, me llevó a una cima helada a ver las estrellas, y pasaban y pasaban estrellas fugaces, llenando el cielo estrellado, mientras muchas cebras con aspecto cimarrón y anchas patas se paseaban jugueteando con el hielo y así, ella se convirtió en una cebra cimarrona que con una actitud altiva copiosa, señalando a las estrellas dijo: —Nunca soportarías la altura de ese monte, frío y nevado, en el que puedes ver la vista más hermosa que en siglos verías, primero resbalarías o te congelarías—.
Y tan pronto su voz acabó de referir esas palabras estaba otra vez en mi cuarto, que a medida del tiempo las alucinaciones aumentaban y se iban entramando en grietas y humedad de las paredes.
Al poco tiempo pesqué una enfermedad, que volvía más frecuentes mis sueños lúcidos con la damisela que podía llevarme a cualquier lado. La realidad ahora parecía un chiste, uno de aquellos que en el principio te dejan sin respiración pero que después te enoja de sólo oír de ello, pues en la realidad no existía ella, no de la manera en que podía interactuar con ella, estaba a lo mejor entre los campos floridos, o tal vez entre las nubes o tal vez ... o tal vez no sé, pero es menester decir que no sé dónde se encuentra o dónde podría estar porque mi existencia reside en su pensar, y en su sentir ¡Oh, desdichado yo! daría cualquier cosa porque una neurona suya pensara en mi en este momento.
Y en un sueño, el más lúcido y perfecto que he tenido se presentó ante mi... con una rosa entre los dientes, bajo la forma combinada del león y de la cebra montañesa me tomó con una cola prensil —Que no sé de dónde salió— me llevó por la sabana gigantesca que estaba en la meseta en la que nos encontrábamos y en el centro de esa rara meseta, árida a causa del frío y con una vegetación casi desértica, se encontraba alzada en medio de la nada una iglesia, que en su fachada hecha de piedras calizas esculpidas, combinaba varios tipos de artes coloniales, medievales entre otros; los adornos excesivos del barroco se mostraban en figurillas dibujadas arriba del umbral de la gigantesca puerta, el estilo gótico se dibujaba en torreones picudos como agujas. Finalmente ella me hizo entrar; y adentro era un laberinto con paredes de cantera verde, excesivamente esculpido y adornado con pequeñas piedras preciosas de diferentes colores.
Ella ahora transformada en su forma humana me dio una botella de licor y se perdió entre el laberinto, volteé en dónde debería estar la puerta y me dije: "¿Y ahora que se supone que debo de hacer?