El Pony Anónimo
Tomé mi saco y me marché por dónde entré, molesto, sin
decir adiós y me dirigí a caminar por
las calles oscuras de la ciudad, andando casi a tientas por las calles
empedradas de la ciudad, vieja ciudad.
Pateaba una lata, pensando en cómo la vida no te da la oportunidad de cometer errores, como con la Señorita Irina, con su cabeza llena de preciosos rizos y las… oh, maldición, otra vez he llegado a lo mismo. ¡Deja de pensar en ella Daniel! Por cierto, éste no es el camino hacia mi casa… ¿Eh, Ves? Bueno, iré a preguntarle a la dama de allá. Era una dama que me estaba dando la espalda.
—Señorita, señorita, Disculpe… ¿Podría decirme por dónde llegar al viejo barrio inglés?
La Señorita me daba la espalda así que repetí:
— Señorita, ¿Sabe usted dónde puedo llegar al viejo barrio inglés?
— Puede llegar usted… por los rizos más hermosos y cafés que existen en ésta ciudad.
Mi cara se contrajo… y la dama parecía hablar en serio, así que le di las gracias y seguí hablando conmigo mismo. Pues bien, la dama me dijo algo, que no quería recordar, porque la vida y sus golpes… ¡Maldición, Daniel, no deberías descartarlo! ¿Qué tal y si es una de esas mujeres a las que les gustan los acertijos? Eh, bueno bueno, busquemos a los rizos cafés más hermosos sobre éste pueblo.
Y pues bien, con todo el peso de mi alma fui a parar a una cafetería, la mejor de aquél lugar en dónde de repente estaba perdido. Y le pregunté al tendero: — ¿Es aquí donde están los rizos más hermosos y cafés de la ciudad—
— Aquí hay rizos espumosos y cremosos— respondió el tendero. — Los rizos más cafés y hermosos están en dónde están los vitrales más bonitos y brillantes de la ciudad.
¿Eh? Supongo que esos ya sé dónde encontrarlos me dije a mi mismo y empecé a andar calle abajo otra vez, cantando feliz, raspando el adoquín con los pies, hasta que llegue a una catedral gigantesca y entré.
— ¡Padre, padre! — Entré gritando a todo pulmón
— ¿Qué deseas hijo? ¿Por qué tan inquieto? — Dijo una voz gruesa
— ¿Están aquí los vitrales más bonitos y brillantes de la ciudad?—
Negó con la cabeza. — No, se encuentran dónde está la mejor música.
Bueno, tendré que seguir buscando… volví a decirme a mí mismo y luego, cruzando frente a un anfiteatro, escuché a un grupo de violines.
— ¡Hey! Muchachos…
— ¿Qué desea Señor? — Dijeron todos en coro.
Maldición sí que para todo estaban sincronizados, pensé.
—Quisiera saber dónde puedo encontrar dónde se toca la mejor música
—Están dónde están las más finas joyas.
Y fui a parar, con las damas más adineradas de la ciudad pero el sueño me abatía, y caminé ahora sin son ni rumbo por las calles, con aquellas pistas que me dieron los extraños dando vueltas por mi cabeza y sin darme cuenta llegué, no al barrio Inglés, no a mi casa, si no a dónde estabas tú; porque tus rizos cafés son los más hermosos de este lugar, porque tus ojos brillan más y son más bonitos que el más bello de los vitrales, porque tu risa es tan perfecta cómo la mejor música y… bueno no falta decirte que las más finas joyas no serían de ninguna manera comparables con tu sonrisa, oh, bella damisela, no habré llegado a casa, sino a dónde me siento cautivo… cautivo de tu hermosura, de tu perfección, porque aunque errores he cometido, quisiera me dejaras verte otra vez, hablarte otra vez, porque te quiero.
Pateaba una lata, pensando en cómo la vida no te da la oportunidad de cometer errores, como con la Señorita Irina, con su cabeza llena de preciosos rizos y las… oh, maldición, otra vez he llegado a lo mismo. ¡Deja de pensar en ella Daniel! Por cierto, éste no es el camino hacia mi casa… ¿Eh, Ves? Bueno, iré a preguntarle a la dama de allá. Era una dama que me estaba dando la espalda.
—Señorita, señorita, Disculpe… ¿Podría decirme por dónde llegar al viejo barrio inglés?
La Señorita me daba la espalda así que repetí:
— Señorita, ¿Sabe usted dónde puedo llegar al viejo barrio inglés?
— Puede llegar usted… por los rizos más hermosos y cafés que existen en ésta ciudad.
Mi cara se contrajo… y la dama parecía hablar en serio, así que le di las gracias y seguí hablando conmigo mismo. Pues bien, la dama me dijo algo, que no quería recordar, porque la vida y sus golpes… ¡Maldición, Daniel, no deberías descartarlo! ¿Qué tal y si es una de esas mujeres a las que les gustan los acertijos? Eh, bueno bueno, busquemos a los rizos cafés más hermosos sobre éste pueblo.
Y pues bien, con todo el peso de mi alma fui a parar a una cafetería, la mejor de aquél lugar en dónde de repente estaba perdido. Y le pregunté al tendero: — ¿Es aquí donde están los rizos más hermosos y cafés de la ciudad—
— Aquí hay rizos espumosos y cremosos— respondió el tendero. — Los rizos más cafés y hermosos están en dónde están los vitrales más bonitos y brillantes de la ciudad.
¿Eh? Supongo que esos ya sé dónde encontrarlos me dije a mi mismo y empecé a andar calle abajo otra vez, cantando feliz, raspando el adoquín con los pies, hasta que llegue a una catedral gigantesca y entré.
— ¡Padre, padre! — Entré gritando a todo pulmón
— ¿Qué deseas hijo? ¿Por qué tan inquieto? — Dijo una voz gruesa
— ¿Están aquí los vitrales más bonitos y brillantes de la ciudad?—
Negó con la cabeza. — No, se encuentran dónde está la mejor música.
Bueno, tendré que seguir buscando… volví a decirme a mí mismo y luego, cruzando frente a un anfiteatro, escuché a un grupo de violines.
— ¡Hey! Muchachos…
— ¿Qué desea Señor? — Dijeron todos en coro.
Maldición sí que para todo estaban sincronizados, pensé.
—Quisiera saber dónde puedo encontrar dónde se toca la mejor música
—Están dónde están las más finas joyas.
Y fui a parar, con las damas más adineradas de la ciudad pero el sueño me abatía, y caminé ahora sin son ni rumbo por las calles, con aquellas pistas que me dieron los extraños dando vueltas por mi cabeza y sin darme cuenta llegué, no al barrio Inglés, no a mi casa, si no a dónde estabas tú; porque tus rizos cafés son los más hermosos de este lugar, porque tus ojos brillan más y son más bonitos que el más bello de los vitrales, porque tu risa es tan perfecta cómo la mejor música y… bueno no falta decirte que las más finas joyas no serían de ninguna manera comparables con tu sonrisa, oh, bella damisela, no habré llegado a casa, sino a dónde me siento cautivo… cautivo de tu hermosura, de tu perfección, porque aunque errores he cometido, quisiera me dejaras verte otra vez, hablarte otra vez, porque te quiero.
No te llamas Irina tal vez, pero la tienes la misma inicial.
No es fácil hacer acertijos y rimas a la vez así que me despido,
De la princesa más especial, de la dama celestial
Que en amores ha dejado mi corazón cautivo.
Oh, oh... ¡Qué mala métrica!
No hay comentarios:
Publicar un comentario