Había una vez aquí en la parte que abarca Mesoamérica un gigante que vivía en una alta colina del valle de Oaxaca. Era tan grande, que vivía en una pirámide gigantesca. El gigante no sabía de dónde habían salido, se preguntaba siempre lo mismo pero nada surgía de su cabeza y desesperado el gigante salió a andar al valle al que siempre veía, recostóse sobre el suelo y miró por mucho tiempo lo que pasaba, para encontrar respuestas. Un día un duende, pasó por allí sin notar al gigante, dirigiéndose a su hogar qué era una vieja caverna o choza de madera, dónde vivían todavía más duendes. El gigante preguntóse en un murmullo qué sonó cómo si el aire y viento mismo se dirigiera al duende— ¿A dónde irá?— el duende le respondía: — ¡Dios del viento!— Se inclinó haciendo una reverencia — me dirijo a mí choza, en lo alto de una montaña—. El gigante quedóse completamente confundido y al ver pasar otro duende le preguntó — ¿A dónde vais?— Esta vez la exclamación fue tan fuerte que hizo temblar la tierra, —Oh, Dios de la tierra— se inclinó y arrodillóse sobre el suelo —he de dirigirme hacia mi caverna—. Otra vez confundido el gigante inquirió sobre un duende que paseaba por ahí — ¿A dónde vais? ¿A dónde vais?—. Esta vez intento decirlo suave y audible, pero en el intento escupió sobre el duende —Oh dios del agua y de la lluvia— hizo una reverencia sacudiéndose el agua de la cara —Me dirijo a mi casa, a orillas de un riachuelo—.
El gigante finalmente comprendió, y conmovido por todas aquellas voces que lo
llamaron Dios, decidió regalar su pirámide a aquellos duendes, que lo adoraban.
Años más tarde cuando los duendes habitaban ya las pirámides, erigieron estatuas hacia los Dioses que amaban por darles aquellas pirámides.
El gigante entristecióse al ver que ninguno de ellos era él, triste y sin hogar, fue a dormirse profundamente en la parte norte del valle, un sueño del que nunca despertó, y que hasta hora sigue echado aquel gigante en el valle de Oaxaca, está cubierto por el polvo y ahora es imposible reconocerlo.
Años más tarde cuando los duendes habitaban ya las pirámides, erigieron estatuas hacia los Dioses que amaban por darles aquellas pirámides.
El gigante entristecióse al ver que ninguno de ellos era él, triste y sin hogar, fue a dormirse profundamente en la parte norte del valle, un sueño del que nunca despertó, y que hasta hora sigue echado aquel gigante en el valle de Oaxaca, está cubierto por el polvo y ahora es imposible reconocerlo.
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