miércoles, 30 de enero de 2013

LOS CANTOS MÁGICOS


Érase una vez un cabrío de un cabello café, no lo bastante claro para ser castaño ni tan rojizo para ser cobrizo, dejémoslo mejor en cabello café intermedio. El cabrío estaba recostado sobre un pesebre de heno seco, puesto que era invierno y el heno fresco no daba más que problemas estando debajo de los animales en esa época.
El cabrío se había entregado a sus reflexiones, y haciendo rabietas chocaba acompasadamente sus cuernos que asomaban la punta de su existencia sobre su pelaje café intermedio, sus cuernos eran muy pequeños como para ser de un adulto y muy grandes para ser de un niño así que dejemos a éstos como unos cuernos intermedios.
Veía el mundo desde sus ojos cafés que al igual que su cabello no tenían un tono en especial, ni una mirada profunda se cargaba este cabrío; era el tipo de ojos que esperas de un cabrío de pelaje café intermedio, con sus cuernos tamaño intermedio y… ¡Ah! ¡Claro! casi olvidaba aquellas patitas que no alcanzaban su esplendor máximo y lo dejaban al intermedio de la estatura, dejándolo a todo su ser en un cabrío intermedio.
Aquél cabrío estaba harto  de vivir dentro del establo, dentro de su casilla, sentado en aquel pesebre que cada segundo que pasaba se hacía más y más pequeño y que su vista se cansaba de ver siempre la tabla estrecha que le bloqueaba la vista por enfrente. Harto estaba del mismo pasto que pisaba todos los días, de la comida que siempre recibía, pero algo de su rutina no le molestaba y era que el niño que vivía en la granja fuera a acariciarlo, el niño le contaba cuentos y le entonaba dulces canciones qué hacían que el cabrío saliera de su cuerpo y visitara los campos repletos de pasturas, que corriera por los bosques, que persiguiera los mariposas y que finalmente volviera a su cuerpo y a su vida intermedia. Pero al volver a su cuerpo, el cabrío sentía una terrible amargura hacia la vida, y la jovialidad del niño le daba una tremenda envidia.
Un día por la noche escuchó la canción que el niño le cantaba cuando pasaba de visita, esta vez no parecía cantada por un niño, sino por voces angelicales, que eran capaces de mantener despierto al cabrío por la noche, él estaba escuchando atentamente al intérprete que a juzgar por el sonido y la intensidad de sus cantos estaba postrado arriba en el techo, mirando la luna. El cabrío hipnotizado por las hermosas tonalidades de la canción olvidó por completo que estaba dentro de su casilla y cuando la angelical voz cesó su interpretación, entonces el cabrío golpeó con todas sus fuerzas los tablones de madera de la casilla en la que se encontraba, olvidando que esta casilla se había encogido mucho. Ipso facto el establo se estremeció en toda su estructura y del techo de paja cayó un hombrecito, vestido con una levita azul y unos pantalones vaqueros. El enano se puso de pie y se sacudió.
—Permíteme presentarme, cabrío intermedio— Decía el enano todavía sacudiéndose el polvo y el pasto— Soy un Gnomo que siempre he vivido en este establo y no pude evitar oír tus lamentaciones mientras dormías—.
— ¿De qué osas acusarme Gnomo?
—Vamos, vamos… yo sé que envidias la libertad del niño y además el niño te envidia a ti, tú que no haces nada para recibir los alimentos y te la pasas echado cómodamente sobre tu pesebre.
—Bueno señor gnomo, ¿A qué nos lleva esto?— inquirió el cabrío inclinando la cabeza para comprender. —De nada le sirve a usted saber que ambos nos envidiamos.
—Oh no, a mí no, pero a ti te vendrá perfecto, Conozco un ritual por el cual pueden cambiar de cuerpos, tú deberás de darle una deliciosa comida y el deberá aceptarla gustoso. —
Al otro día, el cabrío se levantó con una gran amargura y sorpresivamente, el espacio donde se encontraba se había hecho más pequeño. ¿Cómo haría él para traerle un delicioso platillo? Si todo lo que se podía encontrar en aquel establo era puro estiércol y heno, estaba en rabiado; el niño no había ido a verle esa mañana y recordó cómo se sentía mejor cuando el niño le cantaba su canción. Entonces se puso a cantar y los pájaros que pasaban por allá se acercaron a oír, exclamando:
— ¿Quién será aquel que entona esa preciosa melodía?— Decían sé los unos a los otros — ¿Quién será el gran autor?
—Soy yo, el cabrío atrapado que necesita provisiones
—Es un cabrío, Es un cabrío— Decían  las aves — Llevadle al cabrío lo que quiere, pero llevadlo rápido.
Al poco rato, regresaron los pájaros con lechuga, tomate y otras hortalizas dentro de un nido de mimbre.
—No necesitaremos nuestra casa, porque viviremos ahora en el techo de la tuya para oírte cantar todos los días.
Al día siguiente, el cabrío encontrábase taciturno y  hambriento además,  no tenía ganas de hacer nada. Vio las hortalizas y las ganas de comerlas le ganaban pero acordóse de cómo le ayudaba la canción del niño cuando lo necesitaba entonces se puso a cantar. Iban  pasando al lado unos lobos y preguntáronle:
— ¿Quién canta? ¡Díganme quien canta!
A lo que el cabrío le respondió, —Soy yo, el cabrío hambriento
— ¿El cabrío hambriento? Te traeremos, alimento, confía en nosotros.
Al poco rato volvieron los lobos y lanzaron  un pedazo de carne por la rendija que tenía el cabrío en su casilla.
—Tomad, esto cabrío, ahora si no te molesta viviremos al lado de este establo para oírte cantar todos los días.
Y así fue, los animales vivieron a su lado y muchas veces tuvo que comerse el banquete que le dejaban los lobos y los pájaros porque el niño no llegaba. Pero un día llegó el niño que ni siquiera era un niño ya, era un humano intermedio. El cabrío que no podía comunicarse con el niño le empujó el plato indicándole que comiera de él, pero el humano intermedio hizo un gesto de disgusto y se alejó del plato hecho de ramitas de mimbre con huesos. El cabrío empezó a sentirse mal, pero recordó que era lo que siempre lo reconfortaba, era por supuesto, el canto que siempre entonaba.
— ¡Ese canto!— Dijo sorprendido el humano intermedio — Es el que siempre le he cantado cuando lo venía a visitar.
Convencido de que lo que quería decir el cabrío, acercó una mano al recipiente hecho de ramitas y huesos tomando un tomate y un pedazo de carne que ingirió sin pensarlo. El gnomo salió de entre la paja y cambió de cuerpos a ambos, el humano ahora como cabrío podía oír a los animales hablar y los pájaros y los lobos preguntáronle: — ¿Qué sucede cabrío? ¿Qué sucede?— el cabrío no contestaba— Dinos que sucede.
Los pájaros se asomaron por la rendija del establo y vieron que el niño por fin había ido por el cabrío, pero el cabrío estaba muy triste por lo que pensaron que el niño le había hecho algo malo entonces se abalanzaron sobre él. El gnomo se reía en la esquina del establo acostado sobre una montaña de paja, pataleando para aguantar la risa. La risa era tan estrepitosa que llamó la intención del cabrío.
— ¿Qué nos has hecho monstruo?—. Inquirió el cabrío
—Le he dado una lección a los dos, pero es tan hilarante
—Regrésame mí cuerpo enano — Amenazó el cabrío que se había percatado que tenía unos cuernos macizos y grandes — O te cornearé, no dudaré en hacerlo creedme.
— ¿Realmente quieres tu cuerpo? — Dijo señalando al guiñapo que yacía en el piso — Puedo dártelo si quieres.
—No, no lo quiero puedes quedártelo.
No vio forma alguna de salir del establo, así como le había sucedido al ente que ocupo anteriormente ese cuerpo, sin embargo vio éste unos grandes cuernos, unas piernas robustas y un cuerpo sano que le ayudarían a tirar la puerta del establo, cosa con la cual no tuvo ningún problema. El cabrío salió libre y cruzó por todos los lugares del mundo y tuvo una descendencia tal que los cápridos son una raza cosmopolita.
Mientras que el muchacho desolado por la batalla con los animales perdió la capacidad de moverse con las piernas y triste, cantó la misma canción por toda su vida esperando que alguien se acercara a cambiar de cuerpo, pero el único ser viviente que se le acerca es el viejo gnomo y sólo para reírse de él.

domingo, 20 de enero de 2013

Los muñecos de piedra



Había una vez aquí en la parte que abarca Mesoamérica un gigante que vivía en una alta colina del valle de Oaxaca. Era tan grande, que vivía en una pirámide gigantesca. El gigante no sabía de dónde habían salido, se preguntaba siempre lo mismo pero nada surgía de su cabeza y desesperado el gigante salió a andar al valle al que siempre veía, recostóse sobre el suelo y miró por mucho tiempo lo que pasaba, para encontrar respuestas. Un día un duende, pasó por allí sin notar al gigante, dirigiéndose a su hogar qué era una vieja caverna o choza de madera, dónde vivían todavía más duendes. El gigante preguntóse en un murmullo qué sonó cómo si el aire y viento mismo se dirigiera al duende— ¿A dónde irá?— el duende le respondía: — ¡Dios del viento!— Se inclinó haciendo una reverencia — me dirijo a mí choza, en lo alto de una montaña—. El gigante quedóse completamente confundido y al ver pasar otro duende le preguntó — ¿A dónde vais?— Esta vez la exclamación fue tan fuerte que hizo temblar la tierra, —Oh, Dios de la tierra— se inclinó y arrodillóse sobre el suelo —he de dirigirme hacia mi caverna—. Otra vez confundido el gigante inquirió sobre un duende que paseaba por ahí — ¿A dónde vais? ¿A dónde vais?—. Esta vez intento decirlo suave y audible, pero en el intento escupió sobre el duende  —Oh dios del agua y de la lluvia— hizo una reverencia sacudiéndose el agua de la cara —Me dirijo a mi casa, a orillas de un riachuelo—.
El gigante finalmente comprendió, y conmovido por todas aquellas voces que lo llamaron Dios, decidió regalar su pirámide a aquellos duendes, que lo adoraban.
Años más tarde cuando los duendes habitaban ya las pirámides, erigieron estatuas hacia los Dioses que amaban por darles aquellas pirámides.
El gigante entristecióse al ver que ninguno de ellos era él, triste y sin hogar, fue a dormirse profundamente en la parte norte del valle, un sueño del que nunca despertó, y que hasta hora sigue echado aquel gigante en el valle de Oaxaca, está cubierto por el polvo y ahora es imposible reconocerlo.

El jaguar.



Dedicatoria:
Te debería dar las gracias, eres alguien fantástico aun cuando mis palabras estúpidas no tienen el menor sentido bajo el estado en el que me encuentro y más aun cuando siento que no me aprecias del todo. Bueno pues yo sí, te adoro y vamos sé que te gusta alguien más y… ¿Sabes? No me importa, no me parece nada trascendente ni importante. Me quieras o no de la manera que yo te quiero, tú eres mi musa. Y te diré… serán estas las palabras de un estúpido alcoholizado pero te quiero, te he llegado a adorar por el poco tiempo que te he visto y hemos pasado juntos. Eres un águila real, la más preciosa de todas. Este es un cuento que he escrito y quiero dedicarte.