Érase una vez un cabrío de un cabello café, no lo bastante claro para ser castaño ni tan rojizo para ser cobrizo, dejémoslo mejor en cabello café intermedio. El cabrío estaba recostado sobre un pesebre de heno seco, puesto que era invierno y el heno fresco no daba más que problemas estando debajo de los animales en esa época.
El cabrío se había entregado a sus reflexiones, y haciendo rabietas chocaba
acompasadamente sus cuernos que asomaban la punta de su existencia sobre su
pelaje café intermedio, sus cuernos eran muy pequeños como para ser de un
adulto y muy grandes para ser de un niño así que dejemos a éstos como unos
cuernos intermedios.
Veía el mundo desde sus ojos cafés que al igual que su cabello no tenían un tono en especial, ni una mirada profunda se cargaba este cabrío; era el tipo de ojos que esperas de un cabrío de pelaje café intermedio, con sus cuernos tamaño intermedio y… ¡Ah! ¡Claro! casi olvidaba aquellas patitas que no alcanzaban su esplendor máximo y lo dejaban al intermedio de la estatura, dejándolo a todo su ser en un cabrío intermedio.
Veía el mundo desde sus ojos cafés que al igual que su cabello no tenían un tono en especial, ni una mirada profunda se cargaba este cabrío; era el tipo de ojos que esperas de un cabrío de pelaje café intermedio, con sus cuernos tamaño intermedio y… ¡Ah! ¡Claro! casi olvidaba aquellas patitas que no alcanzaban su esplendor máximo y lo dejaban al intermedio de la estatura, dejándolo a todo su ser en un cabrío intermedio.
Aquél
cabrío estaba harto de vivir dentro del
establo, dentro de su casilla, sentado en aquel pesebre que cada segundo que
pasaba se hacía más y más pequeño y que su vista se cansaba de ver siempre la
tabla estrecha que le bloqueaba la vista por enfrente. Harto estaba del mismo
pasto que pisaba todos los días, de la comida que siempre recibía, pero algo de
su rutina no le molestaba y era que el niño que vivía en la granja fuera a
acariciarlo, el niño le contaba cuentos y le entonaba dulces canciones qué
hacían que el cabrío saliera de su cuerpo y visitara los campos repletos de
pasturas, que corriera por los bosques, que persiguiera los mariposas y que
finalmente volviera a su cuerpo y a su vida intermedia. Pero al volver a su
cuerpo, el cabrío sentía una terrible amargura hacia la vida, y la jovialidad
del niño le daba una tremenda envidia.
Un día
por la noche escuchó la canción que el niño le cantaba cuando pasaba de visita,
esta vez no parecía cantada por un niño, sino por voces angelicales, que eran
capaces de mantener despierto al cabrío por la noche, él estaba escuchando
atentamente al intérprete que a juzgar por el sonido y la intensidad de sus
cantos estaba postrado arriba en el techo, mirando la luna. El cabrío
hipnotizado por las hermosas tonalidades de la canción olvidó por completo que
estaba dentro de su casilla y cuando la angelical voz cesó su interpretación,
entonces el cabrío golpeó con todas sus fuerzas los tablones de madera de la
casilla en la que se encontraba, olvidando que esta casilla se había encogido
mucho. Ipso facto el establo se estremeció en toda su estructura y del techo de
paja cayó un hombrecito, vestido con una levita azul y unos pantalones
vaqueros. El enano se puso de pie y se sacudió.
—Permíteme presentarme, cabrío intermedio— Decía el enano todavía sacudiéndose el polvo y el pasto— Soy un Gnomo que siempre he vivido en este establo y no pude evitar oír tus lamentaciones mientras dormías—.
— ¿De qué osas acusarme Gnomo?
—Vamos, vamos… yo sé que envidias la libertad del niño y además el niño te envidia a ti, tú que no haces nada para recibir los alimentos y te la pasas echado cómodamente sobre tu pesebre.
—Bueno señor gnomo, ¿A qué nos lleva esto?— inquirió el cabrío inclinando la cabeza para comprender. —De nada le sirve a usted saber que ambos nos envidiamos.
—Oh no, a mí no, pero a ti te vendrá perfecto, Conozco un ritual por el cual pueden cambiar de cuerpos, tú deberás de darle una deliciosa comida y el deberá aceptarla gustoso. —
—Permíteme presentarme, cabrío intermedio— Decía el enano todavía sacudiéndose el polvo y el pasto— Soy un Gnomo que siempre he vivido en este establo y no pude evitar oír tus lamentaciones mientras dormías—.
— ¿De qué osas acusarme Gnomo?
—Vamos, vamos… yo sé que envidias la libertad del niño y además el niño te envidia a ti, tú que no haces nada para recibir los alimentos y te la pasas echado cómodamente sobre tu pesebre.
—Bueno señor gnomo, ¿A qué nos lleva esto?— inquirió el cabrío inclinando la cabeza para comprender. —De nada le sirve a usted saber que ambos nos envidiamos.
—Oh no, a mí no, pero a ti te vendrá perfecto, Conozco un ritual por el cual pueden cambiar de cuerpos, tú deberás de darle una deliciosa comida y el deberá aceptarla gustoso. —
Al otro día, el cabrío se levantó con una gran
amargura y sorpresivamente, el espacio donde se encontraba se había hecho más
pequeño. ¿Cómo haría él para traerle un delicioso platillo? Si todo lo que se
podía encontrar en aquel establo era puro estiércol y heno, estaba en rabiado;
el niño no había ido a verle esa mañana y recordó cómo se sentía mejor cuando
el niño le cantaba su canción. Entonces se puso a cantar y los pájaros que
pasaban por allá se acercaron a oír, exclamando:
— ¿Quién será aquel que entona esa preciosa melodía?— Decían sé los unos a los otros — ¿Quién será el gran autor?
—Soy yo, el cabrío atrapado que necesita provisiones
—Es un cabrío, Es un cabrío— Decían las aves — Llevadle al cabrío lo que quiere, pero llevadlo rápido.
Al poco rato, regresaron los pájaros con lechuga, tomate y otras hortalizas dentro de un nido de mimbre.
—No necesitaremos nuestra casa, porque viviremos ahora en el techo de la tuya para oírte cantar todos los días.
— ¿Quién será aquel que entona esa preciosa melodía?— Decían sé los unos a los otros — ¿Quién será el gran autor?
—Soy yo, el cabrío atrapado que necesita provisiones
—Es un cabrío, Es un cabrío— Decían las aves — Llevadle al cabrío lo que quiere, pero llevadlo rápido.
Al poco rato, regresaron los pájaros con lechuga, tomate y otras hortalizas dentro de un nido de mimbre.
—No necesitaremos nuestra casa, porque viviremos ahora en el techo de la tuya para oírte cantar todos los días.
Al día siguiente, el cabrío encontrábase
taciturno y hambriento además, no tenía ganas de hacer nada. Vio las
hortalizas y las ganas de comerlas le ganaban pero acordóse de cómo le ayudaba
la canción del niño cuando lo necesitaba entonces se puso a cantar. Iban pasando al lado unos lobos y preguntáronle:
— ¿Quién canta? ¡Díganme quien canta!
A lo que el cabrío le respondió, —Soy yo, el cabrío hambriento
— ¿El cabrío hambriento? Te traeremos, alimento, confía en nosotros.
Al poco rato volvieron los lobos y lanzaron un pedazo de carne por la rendija que tenía el cabrío en su casilla.
—Tomad, esto cabrío, ahora si no te molesta viviremos al lado de este establo para oírte cantar todos los días.
— ¿Quién canta? ¡Díganme quien canta!
A lo que el cabrío le respondió, —Soy yo, el cabrío hambriento
— ¿El cabrío hambriento? Te traeremos, alimento, confía en nosotros.
Al poco rato volvieron los lobos y lanzaron un pedazo de carne por la rendija que tenía el cabrío en su casilla.
—Tomad, esto cabrío, ahora si no te molesta viviremos al lado de este establo para oírte cantar todos los días.
Y así fue, los animales vivieron a su lado y
muchas veces tuvo que comerse el banquete que le dejaban los lobos y los
pájaros porque el niño no llegaba. Pero un día llegó el niño que ni siquiera
era un niño ya, era un humano intermedio. El cabrío que no podía comunicarse
con el niño le empujó el plato indicándole que comiera de él, pero el humano
intermedio hizo un gesto de disgusto y se alejó del plato hecho de ramitas de
mimbre con huesos. El cabrío empezó a sentirse mal, pero recordó que era lo que
siempre lo reconfortaba, era por supuesto, el canto que siempre entonaba.
— ¡Ese canto!— Dijo sorprendido el humano intermedio — Es el que siempre le he cantado cuando lo venía a visitar.
Convencido de que lo que quería decir el cabrío, acercó una mano al recipiente hecho de ramitas y huesos tomando un tomate y un pedazo de carne que ingirió sin pensarlo. El gnomo salió de entre la paja y cambió de cuerpos a ambos, el humano ahora como cabrío podía oír a los animales hablar y los pájaros y los lobos preguntáronle: — ¿Qué sucede cabrío? ¿Qué sucede?— el cabrío no contestaba— Dinos que sucede.
Los pájaros se asomaron por la rendija del establo y vieron que el niño por fin había ido por el cabrío, pero el cabrío estaba muy triste por lo que pensaron que el niño le había hecho algo malo entonces se abalanzaron sobre él. El gnomo se reía en la esquina del establo acostado sobre una montaña de paja, pataleando para aguantar la risa. La risa era tan estrepitosa que llamó la intención del cabrío.
— ¿Qué nos has hecho monstruo?—. Inquirió el cabrío
—Le he dado una lección a los dos, pero es tan hilarante
—Regrésame mí cuerpo enano — Amenazó el cabrío que se había percatado que tenía unos cuernos macizos y grandes — O te cornearé, no dudaré en hacerlo creedme.
— ¿Realmente quieres tu cuerpo? — Dijo señalando al guiñapo que yacía en el piso — Puedo dártelo si quieres.
—No, no lo quiero puedes quedártelo.
No vio forma alguna de salir del establo, así como le había sucedido al ente que ocupo anteriormente ese cuerpo, sin embargo vio éste unos grandes cuernos, unas piernas robustas y un cuerpo sano que le ayudarían a tirar la puerta del establo, cosa con la cual no tuvo ningún problema. El cabrío salió libre y cruzó por todos los lugares del mundo y tuvo una descendencia tal que los cápridos son una raza cosmopolita.
Mientras que el muchacho desolado por la batalla con los animales perdió la capacidad de moverse con las piernas y triste, cantó la misma canción por toda su vida esperando que alguien se acercara a cambiar de cuerpo, pero el único ser viviente que se le acerca es el viejo gnomo y sólo para reírse de él.
— ¡Ese canto!— Dijo sorprendido el humano intermedio — Es el que siempre le he cantado cuando lo venía a visitar.
Convencido de que lo que quería decir el cabrío, acercó una mano al recipiente hecho de ramitas y huesos tomando un tomate y un pedazo de carne que ingirió sin pensarlo. El gnomo salió de entre la paja y cambió de cuerpos a ambos, el humano ahora como cabrío podía oír a los animales hablar y los pájaros y los lobos preguntáronle: — ¿Qué sucede cabrío? ¿Qué sucede?— el cabrío no contestaba— Dinos que sucede.
Los pájaros se asomaron por la rendija del establo y vieron que el niño por fin había ido por el cabrío, pero el cabrío estaba muy triste por lo que pensaron que el niño le había hecho algo malo entonces se abalanzaron sobre él. El gnomo se reía en la esquina del establo acostado sobre una montaña de paja, pataleando para aguantar la risa. La risa era tan estrepitosa que llamó la intención del cabrío.
— ¿Qué nos has hecho monstruo?—. Inquirió el cabrío
—Le he dado una lección a los dos, pero es tan hilarante
—Regrésame mí cuerpo enano — Amenazó el cabrío que se había percatado que tenía unos cuernos macizos y grandes — O te cornearé, no dudaré en hacerlo creedme.
— ¿Realmente quieres tu cuerpo? — Dijo señalando al guiñapo que yacía en el piso — Puedo dártelo si quieres.
—No, no lo quiero puedes quedártelo.
No vio forma alguna de salir del establo, así como le había sucedido al ente que ocupo anteriormente ese cuerpo, sin embargo vio éste unos grandes cuernos, unas piernas robustas y un cuerpo sano que le ayudarían a tirar la puerta del establo, cosa con la cual no tuvo ningún problema. El cabrío salió libre y cruzó por todos los lugares del mundo y tuvo una descendencia tal que los cápridos son una raza cosmopolita.
Mientras que el muchacho desolado por la batalla con los animales perdió la capacidad de moverse con las piernas y triste, cantó la misma canción por toda su vida esperando que alguien se acercara a cambiar de cuerpo, pero el único ser viviente que se le acerca es el viejo gnomo y sólo para reírse de él.