lunes, 1 de julio de 2013

El entierro

Cuando la nostalgia y la melancolía se nos meten en los ojos como basurillas... y nosotros sin saber qué hacer, intentamos el silencio, el alcohol, el desquite, la violencia, cuando sabemos en realidad que todo terminará en sollozos y gemidos, clamores porque vuelva el pasado, lindamente no volverá y tampoco sería posible desembarazarse del sentimiento, sin embargo como una camisa nueva de algodón, el sentimiento se encoje y se encoje hasta que nos insensibilizamos con ella.
Finalmente abrimos los ojos y nos preparamos para una nueva ráfaga de melancolía con nostalgia (agitada, no revuelta) y lloramos amargamente por su acto de presencia, como el fuego del hambriento que recela y odia la vuelta de la carencia.

Les he hablado felizmente de mi amiga la nostalgia y su prima la melancolía, aquellas que en estos momentos me acompañan, me abrazan, me consuelan y me escuchan mientras lloro... ¡Mientras clamo! ¡Mientras me estremezco! ¡Mientras me agito! Mientras lloro, veo cómo entierran a la madre de ambas, la felicidad y el pasado. Las quise cómo a mi madre, me digo.

Nostalgia y melancolía, llegan, me toman de los brazos, me dan palmadas en la espalda y me dicen: —¿Qué te enseñaron ellas cuando estaban vivas?
—¡Que la vida es perfecta! ¡Que la vida es hermosa! ¡Que hay que disfrutarla!

Y de pronto, abrazo a la melancolía, como mi única amiga —Te quiero amiga, te quiero melancolía—le dije.
—Yo no soy melancolía
—También te amo a ti, nostalgia.
—Ni Chana ni Juana
—¿Quién sos vos? ¿Quién sos vos?—Dije abrazándola todavía más fuerte
—Soy hija de felicidad y de pasado, de ambas.
Muy sorprendido, con el estupor consumiéndome, con la sangre que sube hasta mi mejillas, sangre apurada por lo que escucho, el fuego recorre mis venas.
—Vengo por la herencia—Agrega rápidamente.
Con el fuego recorriendo mis venas, la miro a la cara y veo todavía más esperanzado, una cara rebosante de juventud pura, de felicidad y de equilibrio total, estupefacto le digo:
—Eres tan hermosa como tu progenie, oh, perfección en cada trazo, en cada arruga, en cada cabello.
Le doy una ojeada una vez más y me aprieto a su pecho.
—¿Cómo decís que te llamas tú?
—¡Henry, señorita! ¡Henry! ¿Y Vos?—Silencio.
Me dirige una mirada condescendiente—Mi nombre es, Miss Presente.
Me aprieto todavía con más fuerza a su pecho, cuál bebé desesperado.
—¡Tómalo todo! ¡Llévatelo contigo!
La mujer fue a revisar el testamento, que estaba colgado, a la vista de todos.
La mujer se llevó todo lo que había en la estancia, incluyendo a las cadáveres, todo lo que decía el testamento, era una grandísima fortuna. Finalmente, me dijo...
—Henry, te vienes conmigo, eres parte de la herencia.
No me resistí. Ya lejos, volví la vista por arriba del hombro de la mujer que me cargaba, vi a nostalgia y a melancolía, desfilando en el horizonte. —¡Usurpadoras!—Pensé—¡Adiós!

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